El abrazo

Dicen que uno se va haciendo viejo cuando pesan más los recuerdos del ayer que la esperanza en el mañana y si de recuerdos políticos se trata, quienes hemos vivido los años apasionantes de la Transición nos estamos haciendo mayores.
Sencillamente porque en nuestros pensamientos de los años setenta y ochenta tiene más peso el recuerdo del buen hacer de aquellos políticos que la esperanza que suscitan los líderes de hoy, tanto los que están al frente de los viejos partidos, como los de las nuevas formaciones. 
Hace cuarenta años España era un país subdesarrollado, muy pobre y desigual y con las heridas de la Guerra Civil abiertas. En ese contexto, el destino juntó a una pléyade de políticos que venían del exilio y de las cárceles; de la clandestinidad o del propio sistema, y todos ellos, con gran capacidad política y enorme generosidad, lograron la reconciliación y la concordia y estabilizaron a un país enfermo para llevarlo a una etapa de prosperidad jamás alcanzada. 
El ambiente de aquel tiempo está reflejado en la pintura de Juan Genovés “El abrazo”, el símbolo de la Transición, en la que aparecen muchos ciudadanos de la sociedad civil y de la política, cada uno con su ideología, pero todos abrazados caminando hacia un futuro de bienestar y libertades. 
Pero todo aquel sistema de referencias y valores compartidos se ha perdido desde hace unos años sin que sea fácil saber en qué hemos fallado. Seguramente detrás está el fracaso educativo, la corrupción, la ausencia de un relato nacional que sustente, en palabras de don José Ortega, “un proyecto sugestivo de vida en común”, la crisis, siempre la crisis… 
Lo cierto es que, cuarenta años después, España vuelve a estar en una situación delicada y necesitada de dirigentes que impulsen reformas profundas –políticas, territoriales, constitucionales, económicas…– para que recupere la estabilidad política, el nivel de bienestar perdido y la posición que le corresponde en el entorno europeo. En esa tarea debería estar los viejos y nuevos políticos, pero todos sin excepción anteponen los intereses partidarios y ambiciones personales sobre las necesidades del país. 
Por eso, reconforta más entregarse a la nostalgia recordando el sentido de Estado de aquellos hombres de la Transición que nos dieron cuarenta años esplendorosos de democracia, que presenciar el juego de trileros que están ofreciendo los políticos de hoy. Da miedo pensar lo que hubiera ocurrido en la Transición con ellos, pero seguro que “El abrazo” de Genovés no sería posible. 

El abrazo

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