Llegué allí en coche, por carreteras robadas a la naturaleza llenas de señales provisionales; conos y señalizaciones esparcidas por el suelo delimitaban el camino para llegar; no había pérdida. El coche se introdujo en la barriga de aquella esfera enorme, aquella barriga llena de colores para que te acordaras de dónde lo habías dejado. Estaba estacionado en azul, 21 Ñ. Me tranquilicé observando las salidas y me acerqué a unas puertas que se abrieron a mi paso. Todo lleno de cosas en un desorden aparente, maletas y ollas. Las escaleras me engulleron. Un patio central y una enorme claraboya iluminaban todo aquel salón donde me di cuenta de que no estaba solo. Sillones en forma de labios sugerentes daban cobijo a hombres conectados al ipod, los labios de colores, blancos, rojos. Todo era circular como una burda imitación al cuerpo femenino, preparado para verlo todo, para que nada se escapase a la vista. La primera sensación es la desorientación. ¿Qué tendrá que ver la desorientación y el consumo? Después la abundancia y la fluidez solo obturada por las colas, porque son las colas las reinas del platillo, el verdadero símbolo de la modernidad, la única forma de deshacer el trombo, cuatro máquinas de cobrar y solo una para hacerlo. Objetivo, que nos quedemos más tiempo. Permanecer fluyendo en el mundo de la redondez del consumo. Capturados. Dinero de plástico, redondez, desorientación, abundancia, autogestión en la comida, montaditos self service, solo falta que uno mismo recoja la mesa y deje el espacio limpio de basura cósmica. Por supuesto la comida en el último piso, los extraterrestres son así, le dan a la comida la importancia de la gasolina que para un coche la de seguir carburando. Los tripulantes de la nave van de uniforme, algunos se parecen a los camareros de las ciudades pero más malencarados, como si les debiéramos un favor o sus contratos son tan precarios que la pagan con nosotros, los visitantes; esto último no me dio tiempo a comprobarlo. Debe ser que como tienen mucha gente no les preocupa el trato, en la ciudad es otra cosa, incluso todavía dicen: ¡Gracias! No sé, no me gustan los platillos volantes, algo me dice que solo quieren que consumamos. Cuando salía me fijé en el nombre de la nave para no volver: Marineda City, aunque nunca se sabe, los secadores de manos son muy higiénicos.