El 24 de octubre se cumplirán 69 años de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su objetivo básico fue velar por la paz mundial y los derechos de la humanidad. Tras la segunda guerra mundial, se dijo que “aquello” no podía repetirse. Campos de concentración, fosas comunes o experimentos que los nazis llevaron a cabo con seres humanos. La sin razón llevada hasta sus límites. De ahí nacería la ONU reunida originariamente en 51 países, con sus distintos organismos. Surgiría la Declaración de Derechos Humanos en el año 48. Los Estados miembros se comprometieron a asegurar que todos los seres humanos, ricos y pobres, fuertes y débiles, hombres y mujeres, de todas las razas y religiones, sean tratados de manera igualitaria.
Pero tanto la organización, sus instrumentos, pactos, protocolos y tratados, que conforman la mayor organización internacional, en la práctica no han demostrado la utilidad a la que estaban llamados, pues los Estados han primado sus intereses económicos y, por lo tanto, sus criterios políticos. Si había recursos se actuaba. Si no, se hacia la visa gorda. Personas de primera y personas de segunda o tercera. Occidente y, como no, Europa, estaban pendientes de la subida o bajada del euro y su relación con el dólar, del crecimiento económico o las tensiones de mercados. Y, mientras esto ocurría, la miseria nos era ajena. Pasaba lo de siempre: la imposibilidad de alejarse de la política. Todos los asuntos son asuntos políticos y la política, en sí misma, es una masa formada en demasiadas ocasiones de mentiras, locura, odio y esquizofrenia.
Sin embargo, en estos últimos días, ante el éxodo masivo de personas, escapando de la guerra y la barbarie, se tuvo que tomar conciencia. Personas que entran en Europa, huyendo de la muerte. ¿Qué tipo de sociedad estamos haciendo? ¿Qué han hecho nuestros políticos?
El ataque o nacimiento del actual ISIS viene de lejos. Arranca desde que se destruyen las torres gemelas y desde que EEUU formaba y entrenaba a los grupos de Al Qaeda y a sus organizaciones durante casi medio siglo. Desde la época de la Administración Reagan, Washington ha apoyado a la red terrorista islámica. Ronald Reagan decía que estos terroristas eran “luchadores por la libertad”.
Los EEUU suministraron armas para “una buena causa”: la lucha contra la Unión Soviética y el cambio de régimen. Osama Ben Laden, fundador de Al Qaeda, muerto a lo Chuck Norris, fue reclutado por la CIA en 1979. La OTAN y el Estado Mayor de Turquía fueron los responsables de la contratación de mercenarios de ISIS en marzo de 2011. ¿De qué nos extrañamos? De esos polvos vienen estos lodos. Todo Medio Oriente está en llamas. Y esto no es un movimiento local destinado a desaparecer. Es la mayor amenaza desde la Segunda Guerra Mundial. Un nuevo actor ha entrado en la escena internacional, y a base de terror y sangre se ha alzado como protagonista principal. Todo el mundo habla de él, todos lo sacan en portada, todos los gobiernos le temen.
Pero llevan años formando su base con ayuda de quienes ahora se horrorizan con las decapitaciones, crucifixiones, disparos en la nuca, fosas comunes, asesinatos de mujeres y niños… Una sucesión de informaciones que han dejado a la sociedad en estado de shock.
Esto no es una anécdota. El Estado Islámico es mucho más que un simple grupo terrorista. Tiene una estructura, una gestión, una serie de “empleados” que trabajan en distintas áreas… No sólo comenten atentados, sino que trabajan continuamente en la producción de material para difundir su actividad. Si hay oferta de este tipo de materiales es por una razón: hay gente que los demanda.
El drama no ha hecho más que empezar. Caen las bombas y vuelan las balas, y los políticos en la ONU, en la OTAN y organizaciones similares siguen embutidos en sus cómodos trajes, hablando ante las cámaras, lejos del campo de batalla que ellos mismos han generado. Ellos no lucharán en sus guerras.
Emma González es abogada