Todo lo que va a cambiar en España (para mejor)

me dicen que Pedro Sánchez habla más de lo que parece con Pablo Casado, y va consensuando algunas cosas: una, fundamental, la salida del enorme colapso que amenaza a la Justicia. Puede que en el Consejo de Ministros se nos anuncie un decreto que habría sido negociado entre PSOE y PP en esta materia. Si esto es así, creo que hay motivos para una tímida esperanza: España tiene que cambiar sus formas de concebir la política y, en ese sentido, sería un auténtico crimen no aprovechar la desgracia que nos ha traído el coronavirus como una oportunidad de cambiar hacia nuevos, inevitables, tal vez incluso mejores, parámetros.
España tiene enormes déficits anteriores a la pandemia: un ineficiente funcionamientos del Estado de las autonomías; una carencia de leyes modernas que defiendan al Estado de quienes pretenden atacarlo; una educación que necesita cuando menos una mano de pintura; una Jefatura del Estado que precisa de refuerzo. Y, sobre todo, la consideración de que España no puede seguir siendo uno de los países más injustos de Europa. Una Europa que, por cierto, también tiene que actualizarse, hacerse más eficiente, para no desaparecer como organización supranacional.
Probablemente, ni los encuentros del Consejo Europeo, ni, menos aún, los del Consejo de Ministros ni, desde luego, las conversaciones entre el jefe del Gobierno y la oposición, incluyen un temario tan ambicioso, como el que acabo de esbozar. A veces, la corteza del árbol no nos deja ver el árbol, y del bosque ya ni hablemos. Posiblemente, salir de la crisis sanitaria exige todo el esfuerzo posible por parte de un Ejecutivo bisoño, que se ha visto sumido en el caos en no pocos aspectos a los que es incapaz de atender. Pero, a continuación, es decir, antes del otoño, habrá de afrontarse la gran operación de Estado que el país precisa en mucha mayor medida de lo que sus propios líderes políticos creen.
Sospecho que, para hacer frente al ‘problema catalán’, a la mejor coordinación autonómica, a las medidas urgentes para recomponer la economía, a la elaboración de una legislación que pueda afrontar esta coyuntura que se ha agravado, Sánchez tendría que proceder a un reajuste ministerial más pronto que tarde; abrirse a nuevas perspectivas. Otra cosa es que se sienta lo suficientemente fuerte como para hacerlo. Pero qué duda cabe de que la convivencia de los ‘dos gobiernos’ en un mismo Ejecutivo, ahora que se han cumplido los ‘cien días de prueba’, no ha funcionado como hubiese sido de desear. No vale engañarse, ni engañar, al respecto.
Y ahora Sánchez, libre de elecciones generales hasta, al menos, el próximo noviembre, sin que pueda pensarse en una moción de censura a corto plazo en el horizonte, en pleno diálogo con el PP y contando con una suerte de benevolencia por parte del ‘nuevo’ Ciudadanos, tiene las manos libres para ponerse a construir el Gran Cambio, la segunda Transición. Tiene la oportunidad de convertirse en el estadista que, hoy por hoy, no es. Quizá luego, como le ocurrió a Churchill tras ganar la guerra, como le ocurrió a Adolfo Suárez tras procurar la democratización, pierda las elecciones, cuando tengan lugar. Pero habrá, entonces, pasado a las mejores páginas de la Historia, que es algo que, en estos momentos de crisis de valores y de todo lo demás, no tiene ni mucho menos garantizado, más bien al contrario.

Todo lo que va a cambiar en España (para mejor)

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