Al final va a tener razón aquel que decía que lo de la gobernabilidad de España se solucionaba o a tortas en un cuadrilátero o en una partida descarnada de mus. Y el que gane, que ocupe La Moncloa. Y puede tener razón porque, ahora mismo da la sensación de que la formación de Gobierno no es un problema de programa, ni de ideas, en el fondo es una cuestión de egos desmesurados que lleva a que unos líderes absolutamente personalistas no quieran da a ver que dan su brazo a torcer. El problema es que tanta testosterona está llevando a España a un agujero del que le va a costar mucho salir. Son demasiados meses de desgobierno como para que el país no termine por resentirse en un momento en el que, además, la economía está empezando a dar muestras de cierta desaceleración.