El negocio del humo

n estos tiempos el Dios mercado parece gobernarlo todo. Nada se escapa a su mirada, a su ira o a su venganza, ni siquiera el dióxido de carbono (CO2). 
Resulta que algunos espabilados decidieron convertirlo en un comercio lucrativo. De pronto descubrieron que lo que está envenenando el aire que respiramos, cosa que ya se sabía desde hace tiempo, podría ser un negociazo. El caso es que desde que empezó esta suerte de chalaneo también arreció la información en los medios acerca de los daños que causa al planeta este gas. ¿Casualidad? Puede ser.
En teoría el mercado del CO2 fue para “incentivar” a las empresas contaminantes para que redujeran sus emisiones. Sin embargo, uno tiene la impresión de que esa fue una especie de careta, teniendo en cuenta el volumen de dinero que genera este nuevo y extraño mercado. Y ya se sabe, cuando la mano del mercado está por el medio es como para no creer demasiado en el relato oficial.
Es cierto que si no se toman las medidas oportunas el calentamiento global irá a más sin remedio. Aunque no hay una certeza total de que esté relacionado directamente con los daños que el hombre le está infringiendo al planeta, puesto que la Tierra ha tenido grandes cambios climáticos a lo largo de su historia sin que participase la intervención humana, no es menos cierto que la contaminación producida por el dióxido de carbono y otros gases de efecto invernadero están contribuyendo a la subida general de las temperaturas.
Algunos listillos dirán que de todos modos la vida en nuestro planeta terminará algún día con o sin intervención nuestra, lo cual es rigurosamente cierto, pero una cosa es no poder evitarlo y otra muy distinta acelerar esa inevitabilidad; sería como si alguien pensara que como de todas maneras se va a morir decida antes suicidarse. Absurdo.
La realidad es que el problema es demasiado serio como para dejarlo en manos de los especuladores, es decir, del mercado. Por ejemplo, en España existe el Plan Nacional de Asignaciones de derecho de emisión CO2  en el cual las empresas reciben cuotas comercializables para cumplir con las normas europeas (EUA) y el Protocolo de Kyoto. Se dice que el objetivo es la reducción de un millón de toneladas de ese gas por año, las cuales afectan directamente a las centrales térmicas, acerías, cementeras, refinerías y otras. 
Por lo tanto, para cumplir con el plan trazado cada empresa puede emitir un determinado número de toneladas de dióxido de carbono, de tal manera que si las sobrepasa deberá comprar más derechos, o venderlos si ha emitido menos de lo establecido. Por consiguiente, es obligatorio acudir a un mercado de emisiones en el cual las “acciones” no siempre tienen el mismo precio. 
Lo curioso es que fue la ideología neoliberal, donde el leitmotiv es la bursatilización de todas las áreas económicas, la que creó este negocio, apareciendo por arte de birlibirloque un montón de empresas que ofrecen a sus clientes la compra/venta de derechos de emisión. Hasta poseen gestores encargados de ofertar servicios personalizados de financiación, diversificación del negocio, etcétera; su similitud con los agentes de bolsa no es pura coincidencia.
El relato oficial nos dice que el mercado de las emisiones de CO2 fue concebido para luchar contra el calentamiento global, sin embargo, hay organismos que aseguran que no está dando los resultados deseados.  Aquí parece ser que los únicos resultados buenos son los que obtienen los dueños de este “casino” que se están forrando con el humo; no olvidemos que la casa siempre gana.  
Como vivimos en un mundo de enredos, engaños y maquinaciones de todo tipo, básicamente promovidas por el liberalismo, nunca se sabe con entera certeza lo que hay detrás de cada movida o de cada montaje. Lo único que sabemos con certeza es que hoy, utilizando cual propósito decente, se enmascaran y solapan demasiadas cosas. Muchas de ellas para hacer avanzar agendas económicas y políticas no tan decentes.
Concluyendo. Si hace unos años atrás alguien nos dijera que comprar y vender humo se iba convertir en un estupendo negocio lo tomaríamos por loco. Sin duda, aquí la realidad ha superado a la ficción. 

El negocio del humo

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