Iignacio Martínez de Pisón cuenta en el libro “Filek, el estafador que engañó a Franco” –Seix Barral, abril 2018–-, la vida de Albert von Filek, un capitán del ejército austríaco que al dejar la milicia por desintegración del imperio austro-húngaro acabó como delincuente y huésped frecuente de las cárceles de varios países, incluido España a donde llegó en 1931.
El escritor reconstruye la vida de este personaje, “un tipo persuasivo, buen actor y estafador a la antigua”, en un excelente reportaje periodístico, “una novela sin ficción” que, además, dibuja un retrato real de la España de los años treinta y cuarenta del siglo pasado.
La singularidad de Filek radica en que supo ganarse la confianza del franquismo y acabada la guerra consiguió engañar a los jerarcas con su invento de la “gasolina sintética conseguida de una mezcla de agua del río del Jarama, extractos vegetales e ingredientes secretos”.
El régimen necesitaba petróleo y vio la gasolina de Filek como un milagro que la prensa de la época recibió con titulares como “un gran invento nacional” o “hacia la autarquía en materia de carburantes”.
Filek, un personaje “mentiroso y embaucador”, fue detenido y encarcelado en 1941 cuando se descubrió que su gasolina mágica era un gran tocomocho sin base científica alguna. El franquismo, que no quería “exponerse más al ridículo”, se deshizo de él deportándolo a Alemania.
El relato de Martínez de Pisón muestra a un régimen vulnerable y el libro es muy oportuno, porque, más de cuatro décadas después, Franco resucita por la decisión gubernamental de sacar su cadáver del Valle de los Caídos.
Nadie cuestiona la exhumación en el fondo, salvo los pocos nostálgicos de aquel régimen, pero son discutibles las prisas y las formas. ¿Es tan urgente sacar el cadáver por decreto? ¿No sería más democrático y provechoso para el país buscar el consenso y convertir después ese recinto en un lugar de recuerdo de todas las víctimas?
Da la impresión que el Gobierno quiere embaucar a los españoles –como Filek a Franco– ahora con su golpe de efecto que identifica la exhumación con “recuperar la dignidad de la democracia” y aprovecha el fantasma del dictador para desviar la atención de sus debilidades, ocurrencias y rectificaciones, para neutralizar a Podemos y situar a PP y Ciudadanos en la derecha nostálgica.
Plantear la exhumación con estos objetivos es perder la oportunidad de cerrar viejas heridas y lograr la concordia. Una pena.