uando Lenín Moreno, presidente de Ecuador, se reunió hace unos días en Washington con Donald Trump, sentí algo raro, no sé por qué, y las tripas me dieron una vuelta. Ahora ya lo sé. A Moreno (“tocado por la trama rusa” que hackeó las últimas elecciones yanquis entre Klinton y Trump, además del asunto de Julian Assange, refugiado en la embajada ecuatoriana en Londres, por haber publicado “documentos calientes” del gobierno yanqui), se le apareció el Palomo Blanco y le iluminó. Ahora, Julian Assange fue expulsado de la embajada ecuatoriana en Londres, y con la petición de extradición yanqui en plena vigencia, Trump afila su navaja barbera para pasárselo por la piedra. Assange, que recibió el Premio Couso a la Libertad de Prensa, y el Premio de Periodismo WalkLey, de Australia, al portal de WikiLeaks, entre otros, lo tiene tan crudo como Jamal Khasohggi. No te mataron, como a él, pero vas a pringar más chirona que Edmundo Dantes. Mientras, el puto ecuatoriano ya es amiguito del alma de Trump.