Con David Rey en Amboage

Extraño caso el de David Rey Fernández, ferrolano hasta las trancas, tal vez el mejor poeta en lengua castellana con que cuenta hoy Galicia, tan poco prolijo a la hora de llevar a la imprenta sus libros. Y es que ha dejado que pasen diez años entre Las alas de una alondra madrugando,  Premio de Poesía Joven Antonio Carvajal, y este Los contornos ardientes de la tierra, Premio de Poesía Mística San Juan de la Cruz. Un libro caliente como recién salido del horno, que edita Editorial Gollarín, de Caravaca de la Cruz. 

Y en torno a él me cito con David, abogado en ejercicio, privadamente, en el turno de oficio, en la Plaza de Amboage, el marqués y la eterna gaviota en la coronilla. Desde aquí quiero decir una vez más que Don Ramón jamás fue negrero, como sigue haciendo correr la mala uva de algunos ferrolanos (los sigue habiendo, me temo; procaces, digo), sino un filántropo: en Madrid, Coruña o Madrid. Filantropía y esclavismo; oxímoron. De los que no trabaja David Rey Fernández. 

Que su poesía es pleonasmo, agua pura, que horada la roca, que irrumpe de un manantial sabiamente contenido. Pero eso porque David sabe que para llegar a la comunicación tiene que haber conocimiento. Y es mucho, es muy grande el que dispensa una conversa demorada con Rey Fernández, ávido de lecturas pero también de que se desplieguen como abanico prodigioso en su discurso. Un devenir, un torrente verbal donde no faltan versos, propios y ajenos, dichos sin ningún estrépito, sin ningún alarde exhibicionista. Dichos de memoria, y lo que es lo mismo –y en otros idiomas así se dice– de corazón. De la manera cordial que practica este hombre, ferrolano del 85. Tan lejos, pues, de mí, con la distancia que nos propicia dos generaciones históricas y un tercio. 

Gran poeta, místico, pero solo en el sentido lato de la palabra. Místico como poeta erótico, del amor en sentido amplio, igualmente, puede ser (y a mi entender lo es) San Juan de la Cruz. Porque la mística y el amor son llama que no se apaga. Llama que navega en un río inaccesible a quienes no crean en el milagro de la poesía. Ese asunto prodigioso al que podemos, y aun debemos, pedirle con David Rey Fernández “¡que no quede una acera sin flores en el mundo!”. 

David es un poeta grande, ajeno a cenáculos, saraos y sanedrines. Un poeta silencioso que abre sus versos con la misma delicadez persistente de un manantial. Un poeta que arde en el lugar donde también nacieron José Luis Prado Nogueira, Mario Couceiro, Miguel Carlos Vidal o Julián Vivanco, por citar algunos poetas ferrolanos de mi parcialidad. Como David Rey Fernández, a la sombra de Don Ramon Pla y Monge. En Amboage.

Con David Rey en Amboage

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