Los partidos de extrema izquierda, o sea, Podemos y sus monaguillos, están preocupados por la escasa clientela que tienen entre los ciudadanos que se encuentran en la delantera juvenil de la tercera edad, o ya entre la peña de los jubiletas. Y lo achacan a la medrosidad de las personas mayores, a su prudencia y al vértigo que le producen los cambios, pero ese es un análisis marxista poco objetivo.
Es cierto que las personas que hemos cumplido ya cierta edad somos desconfiados ante los cambios, renuentes a ilusionarnos por el primero que nos ofrezca una esperanza y poco permeables a las aventuras. Pero ello no se debe a la fragilidad del espíritu, ni a los achaques del cuerpo, sino a la veteranía. En los tramos iniciales de la vida nos engañan bastante, empezando por los Reyes Magos y, a medida que se suceden los calendarios, nos siguen engañando, pero cada vez menos, porque estamos curtidos en los trucos y somos expertos en falsedades.
Y tenemos menos miedo al futuro, porque el ser humano es el único que lo conoce antes de que se produzca, y esa asunción proporciona mayores dosis de libertad, puesto que cada vez tenemos menos responsabilidades. Es el plomo de los hijos y el compromiso de la familia el que nos puede acercar a la adulación, la sumisión y el vasallaje, y quienes lo hemos evitado, cuando esa carga se desliza de nuestros hombros, nos sentimos más libres. No es el miedo: es la experiencia. Si a un ciudadano de 25 años le dicen que no se preocupe porque en el futuro la vivienda se la proporcionará un gobierno generoso, y si no es así, y se queda sin recursos, le darán dinero, y que no se turbe por pagar la luz, es tan hermoso que puede que alguno se lo crea, pero a un ciudadano que ha pasado el medio siglo la propuesta incluso le provoca una sonrisa.