Creíble y predecible

La persona deja de ser creíble cuando actúa o se comporta de manera incoherente con su pensamiento y sus principios. Esto quiere decir que, para tener la capacidad de ser creíble, se debe observar, absolutamente siempre, una correspondencia o sintonía entre lo que se siente y predica y en lo que se hace y practica.
Cuando esa correspondencia no se da, se defrauda a los propios seguidores y se falta a los principios.
La actitud anterior encierra una gran dosis de hipocresía, que consiste en parecer “ser lo que en definitiva no se es” o en aparentar “no ser lo que realmente se es”.
También se falta a la credibilidad cuando se niega la realidad y la evidencia de hechos que contradicen las propias declaraciones, poniendo en duda la veracidad del que las está expresando.
Es innegable que la pérdida de credibilidad es la más grave descalificación de un político, con independencia de las consecuencias negativas que ese comportamiento le acarree.
Es evidente que la credibilidad no se crea de la nada. Se cultiva y gana con el tiempo. Es una reputación que se adquiere y demuestra a través del comportamiento. Cuando éste falla, la credibilidad se derrumba.
Pero, además de creíble, el político tiene que ser predecible, es decir, no puede recurrir a la improvisación ni a las ocurrencias. El político, “guía de la sociedad”, tiene que conocer y saber el camino a seguir para guiar a sus seguidores y a quienes quieran seguirle. 
Los militantes y, sobre todo, los votantes tienen que ser conscientes de que el político que gobierna la nave, conoce la travesía, las dificultades de la singladura y el puerto seguro de destino al que arribar. De lo contrario, nace la zozobra y el desconcierto de una sociedad y unos votantes que “no saben a qué atenerse”.
En política, no hay peor situación que la de no saber lo que “hay que hacer mañana”. Para la seguridad y estabilidad de la población, su peor enemigo es la inseguridad o el tener que averiguar y adivinar lo que se le va a ocurrir al político de turno. No se puede gobernar de hoy para mañana. 
Este cortoplacismo impide todo proyecto de futuro o vía de emprendimiento racional y coherente.
Por eso, al hombre de Estado se le pide más que piense en las nuevas generaciones que en las próximas elecciones.

 

 

Creíble y predecible

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