Que España es un país complejo, profundamente dividido en las dos mitades y desgajado en otras muchas partes, según de qué tema hablemos, es algo cada día más evidente. No hay sino que ver las reacciones a la sentencia del ‘caso de los ERE’ o al ‘dictamen’ de Amnistía Internacional sobre algunos de los políticos presos.
Los argumentos legales se retuercen, la seguridad jurídica falla, la palabra de los representantes políticos vale muy poco en la conciencia de los ciudadanos. En este contexto, trescientos mil votos, como mucho, decidirán, y ya sabemos cómo lo decidirán, la forma en la que cuarenta y cinco millones de españoles vamos a ser gobernados, quién sabe por cuánto tiempo.
Es la ‘España de los trescientos mil’, que será, como mucho, el número de los militantes del PSOE y de los ‘inscritos’ de Podemos que votarán este fin de semana, de manera afirmativa o negativa, a la pregunta clara y concisa que la dirección socialista y la ‘morada’, cada una por su lado, plantean a los afiliados para saber si aceptan la formación de una coalición de Gobierno ‘de progreso’ entre ambas formaciones.
De momento, esa militancia desconoce con qué mimbres se hará la coalición. Se me dirá que estos 300.000 representan a los más de nueve millones y medio de votos cosechados por el PSOE y UP en las elecciones del pasado día 10. El argumento me parece algo atacable, dado que sin duda gentes que votaron a UP y, sobre todo, al PSOE, confiaron en las afirmaciones de Sánchez antes y durante la campaña en el sentido de que no se produciría una coalición semejante. Y también es cierto que los partidos ‘de la derecha’, PP, Ciudadanos y Vox, obtuvieron una votación ligeramente superior a la de los partidos de la coalición, aunque lograsen menos escaños. Dejando al margen las votaciones de los nacionalistas y separatistas, así como la de las pequeñas formaciones regionales, el mapa español aparece profundamente dividido. Y la salida que se pergeña no parece la más adecuada para conciliar y achicar esta fractura.
Así, me cuesta creer que tres centenares de votos militantes puedan resolver, careciendo de la información mínima exigible en materia de tanta trascendencia, el destino de la nación. Soy partidario de las consultas internas, de las elecciones primarias y hasta de los referéndums, siempre y cuando en todas estas manifestaciones democráticas se respete eso: la democracia, que se basa en el cumplimiento de unos mínimos requisitos y reglas. Votar es democrático, forzar, como sea, una votación puede ser todo lo contrario.
Sé que este comentario está destinado a la frustración, porque probablemente ya está todo el pescado vendido. Pero me veo forzado a decir que la solución que se está arbitrando, con la complicidad involuntaria de las fuerzas constitucionalistas, que siguen sin entenderse es, definitivamente, un mal remedio para nuestros males. Nos estamos dejando en el alero demasiadas cuestiones que nos pasarán factura, vaya si nos la pasarán. La España que yo quiero no ha de estar dominada por una camarilla política al margen de los ciudadanos. Ni por una oligarquía económica. Ni, ya que estamos, por los votos de trescientos mil militantes convencidos -o no...-- que no pueden, sencillamente no pueden, constituirse en portavoces y representantes de treinta y seis millones de españoles con derecho al voto, lo ejerzan o no. Yo, esto, no lo voté, porque me aseguraron que no era esto lo que se votaba.La España de los trescientos mil (como mucho...)