La ofensa gratuita

Ingenioso, imaginativo, cáustico, irrespetuoso, ácrata, descarado, libertario, provocador, alternativo, anarquizante. Pocos epítetos de esta condición, clase o género han dejado de salir a la luz estos días con ocasión del atentado yihadista de París contra el semanario satírico Charlie Hebdo, en el que murieron, como se sabe, doce personas.
El suceso ha conmocionado no sólo a Francia, sino al mundo entero por tratarse de un nuevo episodio de extrema violencia terrorista que se suma a lo sucedido el 11-S de 2001 en Nueva York, el 11-M tres años más tarde en la madrileña estación  de Atocha y el 7-J de 2005 en el Metro de Londres.
Pero no sólo por eso. El atentado de París ha significado un ataque especial a la libertad de prensa, a la libertad de expresión y opinión y a la misma democracia, magnificado por la circunstancia de que la revista no venía siendo una cabecera de prensa como tantas otras, sino todo un símbolo. Al menos en el país vecino.
Charlie Hebdó nació en 1970 y para la generación que protagonizó el mayo del 68 esta cabecera encarnaba la dimensiones libertarias del movimiento, su vertiente irrespetuosa, antirreligiosa y no sólo de cariz antiislámico, aunque en esta última faceta destacara especialmente a raíz de la reproducción de las caricaturas danesas que hacían mofa del profeta Mahoma.
El semanario volverá el miércoles a los quioscos con una tirada excepcional de un millón de ejemplares frente a los 60.000 habituales. Proceder de otra manera hubiera sido considerado como una cesión ante el chantaje y la violencia terrorista. La masacre de París pone así una vez más a las democracias ante la responsabilidad de defender sus principios básicos y de defender a los ciudadanos sin complejos frente al fanatismo y la irracionalidad terrorista que con ellos convive.
Y sin que se pretenda atisbar en ello la más mínima justificación o comprensión del atentado, no estaría de más recordar en estos momentos que todas las libertades y todos los derechos tienen sus límites. Y que cuando unas y otros rozan con libertades y derechos de terceros hay que hilar muy fino para saber hasta dónde se puede y se debe llegar. No es tarea fácil.
Pero lo que me parece fuera de lugar, por divertido que sea, es la ofensa gratuita; la burla y menosprecio que no ilustra, que no lleva a ninguna parte salvo a herir sentimientos personales y colectivos muy respetables. Evitarlo no corresponde a los poderes públicos, sino a los profesionales. Es la autocensura que tanto se invoca, pero que tan pocas veces se practica.

La ofensa gratuita

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