hace tiempo que una orilla del Ebro no entiende a la otra. O que una parte de estas orillas se niega a comprender a la otra. O que incluso en cada orilla hay sus peleas intestinas. Y entonces sale Quim Torra, que menudos días que lleva de sandeces, y dice que se multará a quienes quiten lazos amarillos de lugares públicos, como playas o puentes. Réplica inmediata desde acá: que se multe desde la Delegación del Gobierno a quien coloque estos lazos. Luego viene la nueva fiscal general del Estado y restablece, me atrevo a pensar, la sensatez: no es delito, ni falta, colocar ni quitar lazos amarillos... siempre y cuando no se perturbe con ello la vida ciudadana, supongo, que bastante perturbada está ya la tal vida.
Hay una deriva involucionista respecto de las libertades que enfrenta a las dos Españas y que, claro, resulta preocupante. Las voces exigiendo la inmediata retirada de las pancartas contra el rey el pasado viernes en Barcelona carecen, creo, de razón, por mucho que me disguste el contenido de tales pancartas, que, desde luego, para nada resultan incursas en los preceptos penales. ¿Por qué, en una manifestación, no se van a poder expresar las ideas de quienes en ella participan?
Ahora, el debate está entre los que quieren volver a aplicar nuevamente el artículo 155 de la Constitución, es decir, Ciudadanos y el Partido Popular –por este orden– y los que piensan, como creo que hace el Gobierno central, que hay que seguir negociando antes de regresar a las armas nucleares, que, la verdad, dieron un escaso resultado en tiempos de Mariano Rajoy, si es que no tuvieron un efecto boomerang. Negociar es palabra que se carga de desprestigio en las redes y en las sedes de algunos partidos, así como en algunos centros mediáticos, lo cual ya es bastante indicativo de por dónde van las cosas en este intransigente país nuestro.
No llegaremos a solución alguna si los más importantes medios se cierran en banda en una y otra orilla; la anhelada conllevanza entre Cataluña y el resto de España –ya que el amor parece haberse hecho imposible– nunca regresará a nuestras playas mientras las fuerzas constitucionalistas, por un lado, y las independentistas, por otro, no lleguen a un “pacto de palabra”. Me temo que algunos dirigentes del centro y la derecha viven más pendientes del cierto clamor que se escucha en redes sociales y en cenáculos y mentideros pidiendo “mano dura” cuando el insensato Torra dice que “hay que combatir al Estado” que del bien de la razón de ese Estado. Que claramente aconseja serenidad, barajar y repartir cartas de nuevo, no tirar la baraja o precipitarse a echar los órdagos.
Ocurre que yo prefiero dejar el desatino en exclusiva al actual president de la Generalitat, sin necesidad de que incurramos, a la hora de gritar locuras, en el sempiterno “y tú, más”, tan caro a la dialéctica política española. Creo que el Gobierno central ha actuado correctamente enmendando la plana a la táctica rajoyana de “dar la espalda” a cualquier atisbo negociador con los secesionistas catalanes, que nos gustarán más o menos -a mí, menos que menos, desde luego-, pero que ahí están, con sus apoyos, sus votos y sus diadas. Y sus incapacidades.
Ni siquiera sé qué podemos esperar del siguiente encuentro, que parece que será en Barcelona, entre Pedro Sánchez y Torra. Mal irán las cosas si el molt honorable president se aferra a sus rabietas, algo infantiles, y mantiene el hilo absurdo con el hombre de Waterloo, del que ya hemos comprobado que nada podemos esperar: su vida va por otros derroteros, lejanos, y se ha instalado, me parece, en el “cuanto peor, mejor” para completar lo que él cree que es una “vendetta” contra quienes han ‘hundido su vida’ -comenzando, creo, por él mismo-. ¿Lo entenderá Torra algún día, y “algún día” quiere decir desde la próxima media hora hasta la Diada? ¿Qué hace que ni Torra ni sus adláteres, entre los que hay atisbos ocasionales de inteligencia, vean el peligro absoluto que supone asumir las tácticas de CUP y CDR, que pretenden paralizar la vida de los catalanes?
Pero, en lo que yo llamo este lado de la orilla, ¿qué hace que PP y, sobre todo, Ciudadanos, quizá en aras de recoger votos de cara a unas elecciones que nadie sabe cuándo serán, se aferren a tácticas y estrategias ya fallidas, como una reedición del 155 sin haber agotado antes todas –todas– _las vías? Me temo que estamos ante una nueva muestra de falta de sentido de Estado, cosa que lamento mucho dado mi respeto tanto por Albert Rivera como por el recién llegado Pablo Casado. Pero en esto –ya llegará el momento de criticarle a cuenta de los muchos motivos que da para ello– personalmente pienso que Pedro Sánchez tiene más razón que los otros. Confiemos, que a lo mejor es mucho confiar, en que sepa cómo hacerlo. Y que una y otra orilla, y las orillas dentro de cada orilla, se lo permitan. Tolerancia, tolerancia, tolerancia, y flexibilidad inteligente es ahora la receta, no la multa a quien se le ocurra quitar una cruz amarilla de las playas catalanas ni lanzar el grito de “al ataque” montados en los corceles del 155.