Tú que vienes de España, ¿cómo está la cosa por allí?”, pregunta un inmigrante a punto de “embarcar” en una patera rumbo a España y el “capitán” de la embarcación le contesta: “Pues uno trabajando, cinco mirando y los políticos enredando”. Es el diálogo imaginado por el humorista Puebla en 2011, en plena crisis económica.
¿Con qué enredan ahora los políticos? En los últimos días vimos enredos en la Izquierda rupturista gallega; en los malos modos del PP con Alonso en el País Vasco; en los ceses del presidente EFE, que no puso la Agencia al servicio del Gobierno, y de Red Eléctrica, no explicado; en el chusco episodio de Barajas; en el entrega de la Seguridad Social al PNV; con la deuda a Galicia (370 millones) y a otras autonomías…
Con todo, el enredo mayor es la “mesa de diálogo” que se abre hoy en Cataluña, un despropósito democrático en un Estado de Derecho con el Parlamento activo que debería ser el lugar de este debate. Viendo los integrantes de esa mesa cabe preguntar ¿quién defenderá la unidad de España frente a la autodeterminación que exigirán Torra y los suyos? ¿Quién defenderá la calidad de la democracia y la sentencia del procés cuando pidan amnistía para los condenados que dicen lo volverán a hacer?
Por otra parte, los letrados del Parlament dudan de que Torra, destituido como diputado, pueda presidir la Generalitat. Por eso, no se sabe en calidad de qué asiste a la reunión: si como el agente de seguros que fue, como el Le Pen español –Sánchez dixit–, como el agitador del odio a España y a los españoles o como el hombre de paja de Puigdemont que “está trastornado”, según Alfonso Guerra.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? ¿Cómo explicar que el presidente se reúna con “delegados” de sediciosos condenados, de huidos de la justicia y algún investigado? ¿Cómo entender que se deje humillar aceptando las condiciones retorcidas de Torra y Esquerra? Pues por un puñado de votos para seguir en la Moncloa.
Sánchez configuró el partido a su imagen y no tiene controles internos, ni en el partido ni en el Gobierno. Con estas premisas emula a Luis XIV y actúa pensando que “el partido y el Gobierno soy yo”, pierde modales democráticos y ejerce su peculiar absolutismo. Con esto, confunde a los ciudadanos, arriesga los principios de unidad y solidaridad, pero también “quema” su propia imagen al aparecer como rehén del secesionismo.
Dejará una herencia envenenada. “Después de mí el diluvio”, dijo Luis XV, que en gallego coloquial significa “o que veña detrás, que arree” para resolver este enredo causado por su debilidad e hipotecas políticas. El caso es que el que venga llegue a tiempo de recomponer los restos del naufragio.