Paja en el ojo ajeno

El que no corre, vuela, acontece en esta ciudad tan peculiar, aunque no tanto como para creerla única. Tal vez en esto último radique el peor de nuestros males. Considerar el terruño como distinto, lejano de muchos otros, lleva a la confusión, a la subjetividad. El calificativo es, queramos o no, consustancial a nuestra realidad. Oscilamos –o pendulamos– entre los que ven la ciudad como se vio el Imperio y aquellos otros que no le encuentran solución. Sucede así, de forma demasiado habitual, que no encontramos el punto intermedio, que no somos capaces de dar continuidad a una mínima gestión política que conlleve algún tipo de avance. O cuando menos que nos permitiese dejar el estancamiento a un lado. No se puede ufanar la clase política, y menos quien ostenta el ¿poder?, de que su actuación genera el beneplácito y, en consecuencia, una mayor querencia, ya saben, eso que se traduce en votos. Lejos sequimos de ver la viga en el ojo propio.

Paja en el ojo ajeno

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