Acabo de leer la última novela –“Cinco esquinas”, barrio emblemático de la capital peruana– firmada por Mario Vargas Llosa. Un auténtico bodrio escrito por un orfebre de nuestra lengua. Amarillista, vulgar, procaz, frívola hasta la calentura, tópica. Además ausente de esa energía fabuladora que tanta gloria le ha deparado para cimentar su Nobel de Literatura. Pero acá parece haberse despojado de su racionalismo poético y nos habla a calzón quitado descubriendo un Dorian Gray guardado celosamente en las pinceladas del óleo.
La novela quisquillosa descubre un autor chinchorrero. Que disfruta contando chismes de una sociedad peruana que no hay por dónde cogerla. Sea la alta burguesía –nadando en la promiscuidad, el vicio y la ausencia total de valores– o las clases bajas pisoteadas por tipos sin escrúpulos. Sin olvidar tampoco las “mordidas” y corrupción de autoridades y policía que imponen la censura, recortan libertades y decretan en todo el país toque de queda. Así un malévolo y enigmático doctor, Fujimori y Montesinos desfilan como políticos en Lima, lugar y tiempo donde se desarrolla la pornografía historia.
Mucho histerismo de supermercado y cafés de currufaco. Petimetres. Cursilerías televisivas y críticas despiadadas sobre convecinos y amigos de guardar. Descripciones simplonas. No se explican rincones y plazas sustituyéndolas por la enumeración de un callejero irrelevante. El periodismo como profesión peligrosa. Impaciencia de corazón, utilizando el amarillismo como arma de escándalo contra los antagonistas, frente al ético como defensa moral y cívica hasta más allá del esfuerzo liberador humano... Los personajes aparecen acartonados y las situaciones no son creíbles. No por alegorías o fantasías que pudieran justificarlas, sino porque no se las salta ni un torero guasón. Un “thriller” que rezuma odio y revanchismo de Vargas Llosa hacia sus enemigos políticos.