El Dépor vive una situación que me resulta muy conocida. Se empató en Villarreal y el optimismo sobrevuela entre los aficionados, incluso en el cuerpo técnico y la plantilla. Es lógico. Yo también he pecado de lo mismo, pero echando la vista atrás, me recuerda otros partidos, no muchos, es verdad, cuyas sensaciones y actuaciones invitaban al optimismo, pero tristemente se volvía a la dura realidad.
Llegaba el desánimo porque el equipo pecaba nuevamente de los grandes defectos que le persiguen durante la temporada. Ni Mel antes ni ahora Cristóbal han sabido encontrar la tecla del cambio. Mel no supo nunca como reinventarse y Cristóbal lo intenta pero tampoco consigue enderezar el rumbo de una plantilla que semana a semana te acaba dando una de cal y otra de arena.
En Villarreal los coruñeses fueron superiores a su adversario aunque, otra vez, tuvieron que remar contra corriente al encajar un gol que les colocaba en una situación angustiosa. Pero se supo reaccionar y cambiar el signo de un partido en el que posiblemente el punto sumado supiese a poco. Tuvo que ser la genialidad de un Sidnei muy cuestionado últimamente la que hiciese justicia al juego exhibido en el campo con el gol de Andone, otro de los futbolistas cuyo futuro en el club, diga lo que diga el presidente, está muy confuso.
El rumano es, junto a Lucas (ambos con cuatro dianas), el máximo artillero pese a no contar apenas en los planes de un Cristóbal que se decanta a favor del coruñés, quien es, para muchos, el niño mimado del técnico. Y a los datos me remito. Desde que llegó el cordobés al banquillo del Dépor (jornada 10), Lucas Pérez tuvo todo el protagonismo del mundo a pesar de estar muy lejos de su forma habitual.
Curiosamente, Andone, apartado y olvidado, no tiene el mismo trato. Es posible que existan razones convincentes, pero es un dato que no deja de sorprender cuando siempre fue una pieza clave e insustituible. Extraño ¿no? Y mañana el Valencia en horario intempestivo. ¿Qué nos deparará Cristóbal?