Ciudadanos ha movido ficha en el tablero preelectoral y lo ha hecho apostando fuerte: su dirigente más popular, Inés Arrimadas, dará el salto a la política nacional y encabezará la lista del partido por Barcelona en las elecciones generales del 28 de abril.
Esta decisión, obviamente impulsada por Albert Rivera, tiene solo una importante contraindicación: la persona que consiguió ganar las autonómicas en Cataluña celebradas en 2017, convirtiéndose al no poder formar gobierno en líder de la oposición, abandona la política en esa comunidad autónoma para irse al Congreso, donde en el mejor de los casos, podría convertirse en la portavoz de su grupo parlamentario siempre y cuando Rivera pase a ser miembro del Gobierno.
Es de suponer que los dirigentes de Ciudadanos, empezando por Rivera y continuando por la propia Arrimadas, hayan sopesado esa decisión, porque en unos momentos tan delicados abandonar Cataluña para irse a Madrid, puede ser mal interpretado, no solo por sus oponentes, sino también por quienes le votaron y que de alguna manera podrían sentirse huérfanos.
Arrimadas es una persona y una política muy valiosa. Valiente, con empuje y coraje, ha plantado cara al independentismo catalán. Sus intervenciones en el Parlamento han sido muy claras y hechas sin complejo. La prueba es que la sociedad catalana la premió, convirtiéndola en la primera política constitucionalista capaz de ganar a los nacionalistas en las urnas.
Es evidente que en esta decisión de Ciudadanos de incorporar a su principal valor, junto a Rivera, al Congreso late el objetivo del partido naranja de dar el sorpasso al PP. El “efecto” Arrimadas funcionó en las elecciones andaluzas de diciembre y Ciudadanos tuvo un magnífico resultado aunque no consiguió superar al PP.
En las generales hay muchas cosas en juego: la primera, quién gobernará en España. Pero también quién liderará el centro-derecha, que se presenta troceado en tres partidos. Que Arrimadas es un buen reclamo, no hay duda. Que sea suficiente para lograr ese objetivo, habrá que verlo en la noche del 28-A. El PP es un partido con un suelo electoral muy consolidado y Vox está, electoralmente hablando, en la cresta de la ola y todo apunta a que tendrá un magnífico resultado. La apuesta de Ciudadanos es audaz pero no tiene garantizado que salga bien.