Crisis y gobernabilidad (y II)

El control y la regulación de los poderes públicos sigue sin funcionar a causa de la sumisión al poder ejecutivo de todos los entes de supervisión y vigilancia Tenemos infinitos sistemas y procedimientos de control, muchos controles, pero en verdad no hay control.

En el ámbito de la política encontramos más de lo mismo. Líderes sin sustancia obsesionados con encaramarse como sea al poder. Para ellos lo fundamental es conseguir el mayor número de votos, importando menos, o nada, las fórmulas o procedimientos empleados. En este marco es comprensible la aparición de nuevos liderazgos, que en muy poco tiempo se acostumbran, y de qué manera, a las viejas prácticas.  

El problema del desprestigio de la dirigencia política, que no de la política como actividad de rectoría del espacio público con el fin de mejorar las condiciones de vida de los habitantes atendiendo adecuadamente las necesidades colectivas del pueblo, es, desde luego un gran problema. Los sondeos, cualquiera que se seleccione, lo sigue constatando. Y, sin embargo, las cosas siguen igual. Las tecnoestructuras de los partidos viven al margen de la realidad. Las listas electorales siguen sin abrirse. Las camarillas y gabinetes se mantienen y, lo que es más grave, el debate desaparece, emerge esa expresión tan practicada: quien se mueve no sale en la foto y las condiciones de vida de vida de las personas apenas cuentan.

Ante el descontento que provocan las actuales formas de dirigir en prácticamente todos los órdenes de la vida humana, se aprovecha para inocular profesionalmente resentimiento, odio, confrontación, odio y fragmentación. Todo vale con tal de derribar al contrario.

En este contexto de aguda y grave crisis moral, lo que necesitamos es cambiar los pilares, los basamentos del orden político, social y económico. Y para eso es menester que estadistas y personas preparadas, con experiencia y comprometidas con el bienestar del pueblo asuman funciones relevantes, den un paso y se pongan a disposición de la comunidad. De lo contrario, como señala Denault en su libro sobre la mediocracia, la mediocridad ascenderá de forma imparable y expresar las propias convicciones será cada vez más difícil. Lejos no estamos.

Crisis y gobernabilidad (y II)

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