Pedir perdón es un acto que dice mucho y bien de quien lo hace; al pedir perdón hacemos un acto de humildad para con los demás y nos engrandece. Cuando pedimos perdón reconocemos que algo hicimos mal y cuando los cristianos, íntimamente o no. Pedimos perdón, es decir, nos confesamos de nuestros errores, practicamos el sacramento de la penitencia, y en tal momento es necesario tener firme propósito de enmienda. Si no existe tal compromiso, pedir perdón, sin más, se convierte en una estrategia para seguir haciendo el mal o cometiendo errores o pecados, según quieran llamarle, y un mal en sí mismo. Definida mi tesis, quiero decir que ya me cansa que la Jerarquía Eclesial pida perdón y no haga la firme promesa de no volver a hacerlo; que no tome las medidas para corregir el daño y evitar que por lo que pide perdón, se repita en el futuro.
Y todo esto viene a que el Papa ha escenificado otra petición de perdón en el avión que le llevaba de vuelta a Roma (ya es costumbre hacer declaraciones en el avión) de su viaje a Armenia, resulta que a preguntas de los periodistas dijo que no solo hay que pedir perdón a los homosexuales por el trato y marginación en la Iglesia (algunos dirigentes, que no toda, añado yo) sino también a otros grupos marginados. Pues querido Papa, es fácil; sí pide perdón es que algo se ha hecho mal (que estamos de acuerdo), por tanto ha de poner remedio para que no vuelva a suceder. De no hacerlo, tal petición de perdón es un ejercicio de cinismo, acción contraria al Sacramento de la Penitencia. Si reconoce que la Iglesia jerárquica ha sido injusta con los homosexuales y con otras personas a los que ha marginado, corríjalo.
Por ejemplo, los homosexuales en concreto no son personas con “tendencia objetivamente desordenada” como dice el catecismo y por ahí ha de empezar la corrección. Urge que los Obispos cambien, o cámbielos a ellos, y que su evangelización sea coincidente con la realidad sincera de la sociedad, que no es variar conceptos morales para adaptarlos según interese. Me enseñaron que pedir perdón sin propósito de enmienda, es volver a pecar.