Ymientras todo era un ir y venir de líderes políticos del Congreso a la Zarzuela y de la Zarzuela al Congreso, en el Parlamento catalán, como quien no quiere la cosa, se metía de matute un punto en el orden del día y se aprobaba con la única presencia de los independentistas un “mecanismo unilateral de ejercicio democrático”, que no es otra cosa que un referéndum (unilateral) de independencia. Todo el mundo lo sabe ya, así que no merece la pena pararse a discutir sobre lo que es pasarse la ley por la entrepierna en un estado de derecho. Que voten lo que quieran y aprueben lo que les apetezca. No sirve.
Pero es precisamente ese “no sirve” lo que uno no termina de entender. Uno no entiende que un buen número de catalanes sensatos estén convencidos de que declararse independientes de España, es cosa sencilla que se puede hacer sin más en una par de tardes y que nada iba a cambiar salvo pequeños detalles formales y/o retóricos. Uno sí entiende que determinados grupos -esos que vienen trabajando entre otras cosas en el futuro ejército catalán con avión y barco incluido- estén plenamente convencidos de la viabilidad del proyecto. Pero esa menos de media población catalana que vota independencia, humildemente creo que asume una realidad ficticia, un imposible, la pesadilla que tuvo Mas en su momento y de la que sólo cuentan parte.
Uno entiende que esos catalanes desconfíen de lo que se dice en Madrid porque algunos se han empeñado en hacer de Madrid –¿qué es “Madrid”, exactamente?– el verdugo opresor de Cataluña. Esos pocos han engañado mucho, han tergiversado la Historia hasta la vergüenza, han elevado a categoría política la eterna rivalidad de dos equipos históricos de fútbol, se han creído la leyenda del felpudo de Ikea: “bienvenidos a la república independiente de mi casa”.
Lo malo es que el mundo es más complicado que una declaración unilateral, que una bienvenida de felpudo o que un equipo de fútbol y Cataluña no es exactamente Gran Bretaña. Esto funciona de otra manera y hay que contar con los demás para tomar ciertas decisiones o corres el peligro de quedarte en lo retórico, patéticamente sólo con tu emocionado discurso en medio de la nada, declarando solemnemente cosas imposibles que no sirven ni dentro ni fuera de España.
No puedo entender que no atiendan a lo que se les viene diciendo –y no sólo desde Madrid– que eso de la declaración unilateral de independencia no se contempla ni en Europa ni en la Unión Europea, que no se puede hacer un Banco Nacional Catalán porque necesitaría de los demás bancos, entrar en la dinámica de los mercados que naturalmente ni lo van a contemplar, que la OTAN es muy suya y no digamos la ONU, que una pesadilla de Mas no puede hacerse realidad porque lo que no puede ser no puede ser y, además, es imposible. No entiendo que no lo entiendan; no hablo de sentimientos, de pálpitos, de voluntad, de ideologías; hablo de una realidad que es objetiva, medible, advertida una y otra vez, anunciada por muchos y vuelvo a repetir lo del felpudo de Ikea –y por favor que nadie se lo tome a mal–: yo lo compré, lo coloqué ante la puerta y todo fue bien hasta que llegó el recibo del IBI que naturalmente no pagué porque no me afectaba.
Me embargaron mi estimada cuenta corriente y encima con recargo. Por lo visto lo del felpudo no sienta jurisprudencia.