Historietas del tebeo 1917- 1977, presente en el Museo de Arte Contemporáneo, nos ofrece un nostálgico viaje por la memoria de un género que despierta maravillosas e inenarrables resonancias, sobre todo para quienes fuimos niños en las décadas del 40 y 50, pues estos textos, llenos de ingenio e imaginación, fueron –con los cuentos de hadas– casi nuestra única ventana hacia el universo de lo divertido o de lo maravilloso y fue con ellos que se desarrolló nuestra afición a la lectura.
Si exceptuamos el cine, -que fue otra de nuestras pasiones-, en aquellos años el universo de lo visual, que hoy nos inunda, casi nos era ajeno; así que nos sumergíamos con fruición y delicia en las heroicidades de El capitán Trueno, en las aventuras de El guerrero del Antifaz o en las desventuras de antihéroes, como Carpanta; también reíamos con las travesuras de Zipi y Zape, con las bromas de Florita o con las gracias de Pulgarcito. Estos seres, fruto de la imaginación de cientos de talentos de la pluma y del dibujo, aunados para dar a luz sus peregrinas historias, nos hablaban (aunque quizá no lo sabíamos) de nosotros, de nuestros sueños y fracasos y ¡tantas veces!, de la mediocridad que nos rodeaba.
Así que, en clave de monigote de comic, nombre que –importado de los Estados Unidos– se le daría en el 50, los tebeos fueron realmente uno de los grandes acicates de la cultura de masas y serían considerados, por lo tanto, como formando parte no de la cultura con mayúsculas, sino de la denominada subcultura.
Hoy quizá esto tendría que ser reconsiderado, para valorar cuanto de genialidad y de creatividad pura sirvió a una causa tan noble como entretener a la infancia; hasta Picasso se reconvirtió y pasó de la pintura “seria” a la de monigotes o a pintar como un niño, según propia confesión. De mano del comisario de la muestra Antoni Guiral, que hace un pormenorizado y documentadísimo estudio, seguimos la evolución del tebeo, desde que en marzo de 1917 se publicaba en Barcelona en primer número de la revista TBO, hasta que en 1977, con la aparición de la revista Totem, el género da un salto hacia el mundo de los adultos. Sus años dorados fueron los de las décadas del cuarenta y cincuenta, en que las ventas y tirajes llegaron a alcanzar los 300.000 ejemplares; extraordinario si se piensa que era costumbre el intercambio entre los lectores e incluso la reventa, lo que multiplica exponencialmente el número de los que los leían; aún recuerdo a algún niño sentado ofreciendo sus tebeos en nuestras calles, como la del Orzán,
Algo a destacar es que la elaboración de los tebeos era totalmente a mano, a base de lápices de colores, plumillas, pinceles, aguadas, tinta china o gouache; lo que da idea de la implicación del dibujante en su trabajo y de lo artesanal del oficio; la impresión se hacía por medio de fotolitos de cuya confección se encargaba el fotograbador. Ese universo coloreado por nombres inolvidables, como Ibáñez, Cifré, Víctor Mora, Ambrós, M. Gago y un interminable etcétera nos incita ahora desde las salas del Mac.