Teo Soriano o “El desencanto”

La galería Vilaseco ofrece una selección de pintura sobre papel de Teo Soriano  (Mérida, 1963), coruñés de adopción, cuyo título de “El DESENCANTO”  (elegido por el comisario Carlos Maciá) lleva implícita la idea de drama o de pathos; en esta ocasión escrito en sordina, en unas obras que están en las antípodas de otras suyas en las que resplandecía el color o vibraban, apasionadamente empastadas, espesas texturas; tal como acontecía con su muestra del Kiosko Alfonso de 2011, titulada “Codo manchado de azul turquesa”. 

En esta exposición, por el contrario, predominan los tonos turbios o los colores de baja saturación, que se van solapando en capas, y que hablan de ocultamientos, de desgastes, de erosiones, de aconteceres que dejan marcas borrosas, de horas teñidas de gris o coloreadas de evanescentes ocres y rosados, pero sobre las que han pasado nubarrones y aguaceros o sobre las que han goteado muchas lágrimas. 

Pues hay momentos en que el sentido se opaca, se cubre de densas y sombrías ráfagas que  las tolvaneras depositan sobre las lisas superficies, dejando un paisaje ya manchado para siempre. Ni la vida, ni la pintura pueden ser químicamente puras y  sobre el lienzo ( si se quiere hacer del arte un ejercicio de lucidez)  van apareciendo las huellas de las heridas, las raspaduras, los roces, las arrugas,  o queda el confuso paso de  manchas que no es posible borrar. Estas obras de T. Soriano, que a veces son como papeles rotos o cartas rasgadas, hablan de lo frágil, de lo caduco, pero también de lo que, aunque borroso, se obstina en permanecer y sobrevive, aunque sea soterrado, como ocurre con las capas arqueológicas. Veladura tras veladura, como una cura caritativa, se van escondiendo los hechos dolorosos o los que sería mejor olvidar, pero también se van ocultando los felices, porque los desgastes y devastaciones del tiempo son inevitables y se van integrando al propio ser. Imposible, salvo en la aspiración utópica, mantener el color en su prístina pureza y el rojo, el azul, el violeta, el blanco...van siendo tocados por las huellas de lo turbio, incluso por la suciedad. 

Pero entonces surge otra clase de belleza: la de resistir, la de aceptar eso que es inherente a la condición humana y saber cantarlo. como han hecho desde siempre los poetas elegíacos, con ardiente melancolía o con audaz bravura. De esas luchas sabe, sin duda, mucho Teo Soriano, pues él mismo confesaba que le gustaban los obstáculos. 

También sabe que  todo es un juego de contrarios y que la luz y las sombras van inseparablemente unidas: Así lo dijo: “La luz se hizo oscuridad y la oscuridad luz. Lo extraño se hizo próximo y lo próximo se hizo extraño”. En esos límites, donde se desdibujan las certezas y todo se cubre de indefinibles máculas, de puntos viajeros, de auras casi imperceptibles, de rayados, grietas, roces, salpicaduras, rasguños, , desconchados y misteriosas veladuras, ahí, donde  habla un doloroso silencio, o sucede aquello que no es posible definir con formas reconocibles, es donde se sitúa la obra de esta exposición.

Teo Soriano o “El desencanto”

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