La batalla de Alepo, a punto de concluir tras la reconquista de la ciudad por el Ejército sirio y las fuerzas internacionales, ha sido comparada a la de Stalingrado. En esta analogía solo hay media verdad (el sufrimiento de los civiles), pero la opinión pública se orienta a través de las imágenes que creamos los periodistas y la imagen de ciudad asediada, sirve a esos efectos. La realidad reclama más matices. A lo que más se parece la guerra civil en Siria es a lo que fue la guerra civil española. El parámetro de esa analogía pasa por la intervención en el conflicto de fuerzas extranjeras. En España los republicanos contaron con el apoyo militar de Rusia y de las Brigadas Internacionales y el bando franquista con tropas venidas de Italia y Alemania. En Siria, Rusia e Irán, apoyan a Bashar al Asad, pero los sublevados, el llamado Frente de la Conquista del Levante, el Ejército Libre de Siria y combatientes de Al Qaeda y otros grupos rebeldes reciben apoyo de Arabia Saudí y de algunos de los emiratos del Golfo.
Al tiempo, que el Estado Islámico mantiene en Siria una guerra dentro de la guerra, también hay combatientes kurdos implicados en el conflicto. Lo mismo que Turquía. Sin olvidar que EEUU apoya a algunos de estos grupos alzados en armas contra el régimen sirio. A la vez que una disputa por el poder civil, en Siria, a través de actores interpuestos, Arabia Saudí (suníes) e Irán (chiíes) libran la enésima batalla de una guerra religiosa en la que se disputan la hegemonía en el mundo islámico. A su vez, las principales potencias extranjeras implicadas libran un pulso mientras impulsan un discurso de reproches y vetos en la ONU. Los sirios ponen los muertos (300.000), los heridos (decenas de miles) y los refugiados: más de cuatro millones y medio. Ya digo a lo que más se parece la guerra de Siria es a lo que ocurrió aquí en el 36 del siglo pasado. Todas las guerras son una maldición, pero no todas son iguales.