La vida de Puigdemont se ha terminado por convertir en un bolero

Hay un bolero que dice que la distancia es el olvido (en realidad es posible que no lo haya, pero, desde luego, debía haberlo). Y eso es lo que le sucede a Carles Puigdemont, que languidece en su jaula dorada de Waterloo, soñando con ser presidente de la república catalana y viendo cómo los apoyos menguan y, con ellos, las posibilidades. El fugado más famoso de la justicia española está aislado. Desde la distancia ve cómo el independentismo se secciona y, para más inri, solo recibe varapalos judiciales que le han hecho ya olvidar los éxitos de frenar su extradición de Bélgica y Alemania. Todas sus esperanzas se centran en que España siga sin Gobierno y que la sentencia del 1-O consiga recuperar la unidad secesionista. Si no fuera así, terminará llamando a la puerta de España para entregarse.

La vida de Puigdemont se ha terminado por convertir en un bolero

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