Una polémica que suele presentarse en el estudio de las relaciones entre gobierno y democracia, entre democracia y gobierno, se refiere a si la calidad de vida de la población es proporcional a la calidad del ejercicio del gobierno y a la calidad de la democracia. En punto a esta cuestión tan relevante encontramos sustancialmente tres posiciones que me parece que tienen interés para enfocar algunos problemas derivados de la recesión democrática de este tiempo y de la crisis económica y financiera que vivimos en tiempos de pandemia, así como sus proyecciones sobre el empeoramiento de las condiciones de vida, materiales e inmateriales, de las personas. Se trata de diferentes maneras de afrontar una cuestión que, a mi juicio, debe partir inexorablemente de la centralidad de la dignidad del ser humano y de sus derechos fundamentales. En efecto, el Gobierno en una democracia ha de basar sus políticas públicas, desde el respeto y promoción de las libertades solidarias, hacia la mejora continua e integral de las condiciones de vida de los ciudadanos. Algo que en general en el mundo que habitamos, más o menos, hoy brilla por su ausencia.
Por un lado, están las tesis de Bo Rothstein, director del Instituto para la calidad de los Gobiernos de la Universidad de Gotemburg, por otro lado, nos encontramos con las posiciones del premio Nobel Amartya Sen y, en tercer lugar, tenemos el último libro del Francis Fukuyama, politólogo norteamericano famoso por su tesis del fin de la Historia, sobre la decadencia política. Los tres plantean argumentos, todos ellos relevantes, en orden a la mejor comprensión del problema sobre la relación entre la calidad democrática y la del ejercicio del gobierno. Un problema que debe partir de la base, del solar, del humus, de la separación de los poderes, del reconocimiento de los derechos fundamentales de la persona y del control pleno de las actuaciones de los distintos Poderes Públicos.
Es decir, sin Estado de Derecho, hoy en peligro en tiempos de emergencia sanitaria, ni hay Democracia, ni puede haber calidad en la acción del Gobierno. Hoy solo vamos a comentar las agudas y proféticas ideas de Sen.
Para el economista indio Amartya Sen las hambrunas se producen en sistemas políticos sin libertades. Sostiene el premio Nobel en Economía que una democracia con libertades reales facilita la mejora de las condiciones de vida de la población. Por eso, primero sociedad de personas libres y, a renglón seguido, los males materiales que aquejan a las poblaciones menguarán en la medida en que las personas disfruten de mayores cotas de libertad. Hoy, en democracias formales, la pandemia ha puesto de manifiesto las amargas consecuencias de la falta real de libertades. En efecto, para SEN las hambrunas no se deben a la falta de producción de alimentos o a las catástrofes naturales, sino a fallas en las estructuras sociales -falta de democracia o de libertad de prensa- que impiden el control político de la ciudadanía sobre los gobiernos. Según SEN, el hambre no ha afligido nunca a ningún país que sea independiente, que convoque elecciones con regularidad, que tenga partidos de oposición y que permita que los periódicos informen libremente. Un caso paradigmático, precedente probablemente de lo que se avecina a causa del manejo de la actual emergencia sanitaria, lo encontramos precis