¿Merece el PSOE ser la alternativa en España?

Dstamos ya al borde del debate televisado entre los candidatos a la secretaría general del PSOE: solo un debate, en el que hay que confiar que conozcamos por fin cuál es la alternativa, o alternativas, de gobierno que presentan. Porque lo que se juegan los tres aspirantes es que los ciudadanos les consideren una alternativa real de poder, una solución a los problemas que tiene planteados el país. Y, hoy por hoy, la verdad es que no parece que la controversia se centre en programas, sino en expectativas de sillón.
El hecho de que uno de los dos principales aspirantes, Pedro Sánchez, haya rectificado en alguno de los puntos fundamentales en los que basaba su candidatura me parece un hecho relevante, porque lo ha hecho al percibir que ese mensaje, el de un ‘Gobierno de progreso’ con Iglesias, no calaba entre los militantes socialistas. Escasa consistencia tiene, por tanto, el mensaje de Sánchez y eso es algo que ya imaginábamos. ¿Cómo, con quién, más allá del ‘no, no y no’, pretende gobernar Sánchez? A los periodistas nos ha dejado muy pocas oportunidades de preguntárselo.
Pero, si he de decir la verdad, tampoco en el lado de Díaz encontramos muchas ideas de mayor profundidad. Ni, hay que reconocerlo, la lideresa andaluza ha mostrado mucha mayor transparencia y disponibilidad hacia los medio. No es el caso de Patxi López, mucho más accesible y, en mi opinión, dotado de un programa algo más articulado que los otros dos, aunque de ninguna manera en grado suficientemente satisfactorio, pienso.
No puede ser que el que es el segundo partido de España, el que ha de configurar una alternativa desde un mayor progresismo y receptividad al cambio, desde planteamientos de honradez y rigor, carezca ahora mismo de respuestas concluyentes a los problemas de España: desde el secesionismo catalán hasta la desigualdad social, pasando por la Justicia, la Educación o la Sanidad, este PSOE ‘provisional’, al que la gestora bastante ha hecho con mantener en pie, ha fallado en las recetas. Pienso que el ciudadano no sabe ahora mismo si, para el PSOE, España es ‘una nación de naciones’, un país en busca de autor o si hay dos Españas que han de helarnos el corazón. Simplemente, no hay proyecto, más allá de sacar al dictador del Valle de los Caídos, y me gustaría comprobar que me equivoco cuando, el lunes, los tres candidatos debatan entre sí, se supone que buscando ilusionar a su electorado ‘particular’. Y digo ‘particular’ porque pienso que los estatutos podrían haberse forzado para que en las primarias participasen también los votantes y simpatizantes de este partido, no solamente los militantes.
Pero la verdad es que, sintiendo el respeto y afecto histórico que tanto tiempo he sentido por el PSOE, hoy no estoy seguro del futuro que aguarda a este partido, el más histórico de las formaciones políticas españolas, el que mejor había sabido, hasta el pasado año, sobrevivir a los embates históricos de la difícil coyuntura que hemos vivido a lo largo del último siglo. No quiero decantarme por ninguno de los tres candidatos: no es el papel del periodista, aunque sí lo sea advertir que unos presentan mayores riesgos de estallido que otros. Pero sí me van a permitir los lectores apostar por que puede que el teórico perdedor acabe siendo, al menos, el ganador moral en la rebatiña, pese a algunos de los que se cambiaron de bando para colaborar en la aventura del vasco. Hace falta un pacto, casi cualquier pacto que evite que el PSOE caiga en las manos menos adecuadas: usted sabrá, sin duda, a quién me refiero. Ellos sabrán, espero, qué tipo de pacto es el que deben alcanzar.

¿Merece el PSOE ser la alternativa en España?

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