Hace ya unos años que el testamento político de Tony Judt lanzó una advertencia muy aplicable a la España de hoy. Algo va mal. Para el PSOE, especialmente, en la medida en que Judt consideraba que la socialdemocracia no representa un futuro ideal, ni siquiera representa el pasado ideal. “Pero entre las opciones disponibles hoy --decía--, es mejor que cualquier otra que tengamos a mano”. Pero también algo va mal para el resto de los partidos, en la medida en que Tony Judt formulaba su apuesta por la socialdemocracia, después de una labor de síntesis de los malestares contemporáneos y sus raíces.
La España de hoy no funciona, al menos para una parte importante de sus habitantes: a la amenaza secesionista se suma el desgarro social, con protestas que se suceden, ya sean a cargo de las mujeres, los pensionistas, los estudiantes o los trabajadores. No se trata de gobernar solo en función de lo que diga la calle –para eso están las instituciones–, pero sí de saber escuchar y de ordenar el debate político, lo que en buena lógica le corresponde al presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Hay muchos problemas pero, de entrada, habrá que separar los urgentes de los importantes y ver cuáles pueden resolverse mediante el consenso, como las pensiones. Cualquier decisión de alcance que vaya afectar a varias legislaturas --un período de 20 o 30 años, por ejemplo--, es evidente que exige el consenso, ya que se supone que en todo ese tiempo habrá alternancia en el Gobierno. La reforma de la Constitución, en busca del encaje de Cataluña, exige consenso. Las pensiones, también. Otros asuntos, como el Presupuesto General, no exigen consenso, sino simplemente una mayoría parlamentaria para poder aprobarlos.
Durante muchos años estas cosas estuvieron claras en la política española y los dos grandes partidos no se arrojaron piedras a la cabeza hablando de la Constitución ni de las pensiones. Tampoco de la jefatura del Estado o de asuntos de esa naturaleza, como la economía de mercado, la sanidad universal, etcétera. Hoy ya vale todo, y como vale todo, todos salen -salimos- perdiendo.
Simplificar un debate tan complejo como el de las pensiones, con propuestas demagógicas, supone tomarle el pelo a la gente: ahí se impone que Mariano Rajoy reúna el Pacto de Toledo de inmediato. Zanjar la tensión política de Cataluña requiere diálogo político y no situar solo el problema en la esfera judicial. Refugiarse en inmensas cortinas de humo como la prisión permanente revisable no llevará lejos, y menos todavía en uno de los países más seguros de todo el mundo.
Algo va mal, y no solo en clave socialdemócrata. Algo va mal en el PP, con Mariano Rajoy haciéndole la cama a Alberto Núñez Feijóo, en vez de saber marcharse a tiempo. Algo va mal en el PSOE, donde la crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer, como diría Bertolt Brecht. Algo va mal en Podemos, que no supo transformar un movimiento social –el 15-M– en un partido político homologable en la Europa democrática. Y algo va mal en Ciudadanos, convertido en mero marketing político, sin más sustancia que el brillo del dinero y el poder de quienes lo financian y jalean. Por supuesto, algo va mal en Cataluña, donde la irresponsabilidad política bate récords mundiales. Algo va mal en España.