Lo peor no es que la Cataluña de Puigdemont, Junqueras y la CUP se quiera marchar, sino que hasta hace nada estaba convencida de que ya se había ido. La declaración de independencia, con sus preámbulos de la toma del Parlament, de la rebelión de sus masas y del pucherazo del 1-O, no era para el Govern y sus acólitos sino un trámite, el apunte en el Diari Oficial de la Generalitat que habilitaría formalmente los gloriosos fastos de la ruptura y la emancipación. Por desgracia para ellos, a última hora han venido a descubrir que, además de su Cataluña, hay otras.
Del mismo modo que hay otros mundos, pero que todos están en este, hay un montón de Cataluñas, tantas como catalanes seguramente, pero todas están, viven, en esa porción del territorio español del que los más calculadores y fríos del lugar han querido apropiarse, bien que usando en la calle la escenografía de una multitud sentimental y caliente. Hasta hace nada creían los puigdemones, o se inventaban, una Cataluña única y unívoca, plana, compacta, cerrada, la suya, y, enfrente, solo un gobierno del PP que por sus complejos, por su pasado, y por su incompetencia (¿qué cerebro privilegiado ideó el nefasto operativo policial del 1-O?, ¿qué lumbreras se ocupa de la imagen internacional de España?), se limitaba a bascular entre la inacción absoluta y el garrotazo y tente tieso. Como la paloma de Alberti, estos halcones se equivocaban.
Aunque la manifestación del domingo vino a decir a la cúpula de la conspiración, como la España democrática a Fraga en su día, que la calle no era suya, no ha sido esto lo que a dicha cúpula le está forzando a pensar que lo mismo Cataluña no es suya exactamente, y tampoco la masiva fuga de empresas, ni la más que previsible intervención estatal de la autonomía, si es que queda algo de ella después de que los secesionistas la dinamitaran. Es un poco de todo ello, pero es la realidad la que va poniendo fin a su violenta y loca fantasía, tan lesiva para todos, y más lesiva aún si su influjo de desprecio y de división siguiera contaminándolo todo.
Confiados en la fragilidad del Estado y en la impericia de éste y de los anteriores gobiernos, consideraron esto de la sustracción de Cataluña como cosa hecha, hecha incluso desde hace tiempo. No contaban con la realidad.