A la calle que ya es hora

omo en el poema de Gabriel Celaya, los jóvenes de todo el mundo, han tomado conciencia de que salvar el planeta es salvar su futuro. Días antes de la cumbre en Naciones Unidas contra el cambio climático, han decidido echarse a la calle para demostrar a sus mayores que con la tibieza, el desinterés o incluso la negación, la vida, las suyas, sus vidas, no serán posibles.
En las sociedades democráticas occidentales los millennials (como se describe a los nacidos en los años previos y posteriores del cambio de siglo) crecieron con los derechos fundamentales garantizados, y la reivindicación callejera se redujo a causas docentes puntuales. No necesitaban salir a la calle. El mundo digital, las redes sociales, la globalización, acercó sus intereses mucho más hacia el universo de los adelantos tecnológicos que al de las causas justas.
Ese viejo lema que describe la adolescencia como la etapa en la que resulta imprescindible querer cambiar el mundo se había quedado trasnochado. Ha hecho falta la amenaza de un cataclismo global para que las calles del mundo se llenen de jóvenes que reclaman su derecho a heredar un planeta habitable. Por una vez parece que el alegato del secretario general de Naciones Unidas, Antonio Guterres, coincide con las reclamaciones: “Basta de discursos y pasen a la acción para detener el calentamiento global”.
Resulta llamativo ver con sus pancartas a escolares de la misma edad que la activista sueca Greta Thunberg, quien, por cierto, se desplazó a Nueva York para sumarse a la marcha frente a la ONU, recorriendo las calles de Berlín, México o Sídney. “Si nadie actúa lo haremos nosotros. No somos simples jóvenes que se saltan las clases. Somos la vía para el cambio”, les recordó Greta a sus colegas de generación.
Posiblemente Donald Trump, el gran negacionista del cambio climático, no oyó la petición. Su futuro es la reelección para La Casa Blanca y, después, el dinero de sus negocios. Y, como el mundo del mañana no es suyo, más vale que los adolescentes no cejen en defender en las calles, ya que no pueden votar, el único planeta habitable que conocemos.
El acuerdo de la cumbre de París, en el 2015, no ha servido para frenar el aumento de las temperaturas porque los Estados firmantes no han cumplido con sus obligaciones de frenar las emisiones contaminantes. Dramáticamente, las consecuencias más devastadoras del calentamiento global afectarán al tercer mundo donde la sequía y el calor extremo harán invivibles amplias zonas de Africa, obligando a migraciones masivas por hambrunas.
Es, por tanto, alentador que los jóvenes occidentales recuperen las calles para luchar por los derechos de los que ni siquiera pueden gritar.  

A la calle que ya es hora

Te puede interesar