Según la definición aceptada por los analistas políticos, el “Estado Fallido” es aquel país soberano que ha perdido el control de su territorio, y que, por tanto, no puede aplicar la ley. Esto hace que sea incapaz de garantizar la seguridad y bienestar de sus ciudadanos, que es el objetivo esencial que debe perseguir toda comunidad que se precie.
En otras palabras, el “Estado Fallido” es aquel que fracasa social, política y económicamente.
El ranking oficial, elaborado anualmente por “El Fondo por la Paz” y la revista Foreing Policy, pone en el primer lugar a Somalia, pero también podemos encontrar a la República del Congo, Irak o Afganistán. Hasta aquí todo “normal”, es decir, son países donde como todos sabemos no se aplica desde hace mucho tiempo el Estado de Derecho.
Más sorprendente quizás es encontrarnos en esta lista a naciones como México y Guatemala, debido a los altos índices de delincuencia que padecen.
Sin embargo, como soy una persona exigente, en mi opinión habría que ampliar dicho listado, e incluir a todos aquellos países donde, por ejemplo, la presidencia del gobierno la ostenta alguien que no ha sido elegido en las urnas; donde la justicia está politizada y se aplica de manera arbitraria dependiendo del apellido que lleves; aquel donde los medios de comunicación cuentan verdades a medias y manipulan la información al antojo de los poderes fácticos: aquel donde los delincuentes no van a la cárcel a pesar de los graves delitos que han cometido; aquel donde a la hora de ir a las urnas el voto de un ciudadano no vale igual dependiendo de la región donde resida; aquel donde se favorece a determinados territorios en detrimento de otros, aquel donde el narcotráfico ejerce su control en determinadas zonas geográficas; aquel donde a cambio de favores y prebendas se regalan títulos universitarios… y así me podría tirar un buen rato.
No sé qué naciones les vendrán a la cabeza. A mí se me ocurre alguna que otra.
El caso es que no las encontrarán en la citada lista debido a la hipocresía del establishment financiero, cuyo único Dios es el dinero y que siempre está unido al poder. Ni moral ni ideología ni gaitas: el negocio (o “negoci” en catalán) o es lo único que les interesa.
Una sociedad sin valores no sólo está condenada al fracaso, sino a su completa desaparición. Y esto no es una exageración, ojalá que lo fuera. Recuerden al Imperio Romano lo que le pasó.