i el toque de queda, ni las patrullas de la Guardia Nacional que recorren las calles de las principales ciudades de los Estados Unidos, consiguen frenar los disturbios, saqueos y enfrentamientos con la policía de miles de manifestantes que protestan por la muerte en Minneapolis de George Floyd, un ciudadano afroamericano. Un homicidio policial cuya secuencia -grabada con un teléfono móvil- ha dado la vuelta al mundo y calienta los comentarios de las redes sociales. En muchos casos las manifestaciones han derivado en pillajes, saqueos y destrucción de material urbano. El conflicto que se ha extendido de costa a costa, desde Nueva York a Los Ángeles.
En Washington los manifestantes consiguieron llegar hasta las puertas de la Casa Blanca y la noche del pasado viernes el Servicio Secreto -encargado de la custodia del presidente y el vicepresidente- aconsejó a Donald Trump refugiarse en el bunker de la mansión. Refugio del que ha salido con un discurso provocador, incendiario, incluso -por su radicalismo-. Amenaza con la intervención del Ejército para frenar a los manifestantes a los que califica de terroristas. Iniciativa que los gobernadores de los estados rechazan por tener encomendada esa tarea a policía y a la Guardia Nacional.
El conflicto racial fruto de la discriminación histórica que sufre la comunidad afroamericana y desde la llegada Trump, también la de origen hispano, late en el fondo de los acontecimientos de estos días, pero se agrava y corre el riesgo de enquistarse a consecuencia de la gravísima crisis sanitaria y social provocada por la pandemia del corona virus. Es un situación explosiva que está generando gran incertidumbre y mucho miedo. Un estado de cosas que Donald Trump parece haber captado para su discurso político en puertas de las elecciones presidenciales de noviembre. Conocido el perfil sociológico de sus votantes todo indica que el mensaje de mano dura para acabar con los disturbios -incluyendo el recurso al Ejército- está siendo bien recibido. Puede resultar paradójico pero la ola de disturbios y la tensión generada por las protestas le están ofreciendo a Donald Trump una cortina de humo para ocultar los graves errores cometidos al menospreciar las consecuencias de la pandemia que en EE.UU, ha provocado la muerte de 104.000 personas y ha dejado a cuarenta millones de ciudadanos sin empleo.