Decía Chejov que “enterrar a algunas gentes constituye un gran placer”, un deseo tan universal, como la ambición, el poder o el amor. En muchos lugares del mundo, los cementerios son lugares de paz, verdes praderas donde estar muerto no parece tan duro, aunque no tenga marcha atrás. En nuestros cementerios, hay más mausoleos y tumbas pétreas que otra cosa, pero muchos comparten el deseo de Chejov.
Puigdemont quiere enterrar a Artur Más, con el silencio o la complacencia de sus partidarios, aunque, no tardando mucho, esos mismos militantes que apuestan por el precipicio, tendrán que enterrarle a él si quieren hacer algo serio y pintar algo de verdad en un futuro nuevo y posible para Cataluña.
La CUP quiere enterrar a todos los que apuestan por una democracia parlamentaria y sustituirla por un régimen que acabaría con todo lo que hoy conocemos. Y algunos siguen necesitando meter al enemigo dentro, a pesar de que saben que si ganaran, acabaría con ellos.Albert Rivera quiere enterrar a Rajoy, en lo que posiblemente coincide con algunos de los partidarios del presidente. Rajoy puede que solo tenga una posibilidad de sobrevivirse, que es cambiar su Gobierno y hacer política de verdad, pero no está claro que piense hacerlo porque Rajoy nunca parece dispuesto a cambiar nada. Y menos a sí mismo.
Pedro Sánchez estaría encantado de ver bajo tierra -políticamente hablando, claro- a Pablo Iglesias y a Podemos porque eso le permitiría confirmar que es la única izquierda, la única oposición al PP, la esperanza de la democracia. El problema es que la socialdemocracia ha perdido su rumbo, no tiene programa ni objetivos y los ciudadanos le van dando la espalda en cada elección.Iglesias, pinchado el globo inicial, parece dispuesto a enterrarse a sí mismo.
Rodrigo Rato quiere enterrar a Guindos y a Montoro, porque les culpa de todos los males que padece y como casi todos, desconoce lo que significa la palabra autocrítica. Rato es un ejemplo perfecto para explicar como una gran esperanza se autodestruye por su propia ambición o por sus propios errores. Hasta parece que Zidane quiere enterrar al Real Madrid...
Detrás de un político muerto y enterrado, hay otro político esperando ocupar su puesto, sin ningún remordimiento aunque lo haya asesinado él mismo. El conde de Chesterfeld decía que “lo único que quiero para mi entierro es no ser enterrado vivo”, lo que demuestra inteligencia natural. Y Clemenceau aseguraba que “cuando un político muere, mucha gente acude a su entierro, para estar completamente seguros de que se encuentra de verdad bajo tierra”.
Aquí y ahora no necesitamos ni muertos ni enterradores sino médicos que sepan curar, científicos para hacer un país más moderno y mejor, abogados para mediar, ciudadanos que hagan bien su trabajo, y políticos, buenos políticos, que sepan negociar, y acordar medidas para hacer una sociedad más justa, menos desigual, más solidaria. Políticos que miren al bien de todos y al futuro y no al pasado y a sus intereses de partido. Políticos que no merezcan ser enterrados.