si el concejo de Los Ángeles, California, hubiera retirado la estatua de Colón por “justicia estética” en vez de por “justicia restauradora”, que es lo que ha dicho, no habría nada que objetar, pues se trata de una de las estatuas más feas que uno ha visto en su vida, pero el discurso indigenista que ha acompañado esa especie de auto de fe con grúa y operarios municipales no deja margen a la duda: han quitado la estatua de Colón no porque la estatua fuera horrorosa, sino porque Colón era muy malo.
Se comprende que pedir al concejo de Los Ángeles sensibilidad estética sería mucho pedir, como acredita la existencia en sus calles de una porción de otras estatuas que son más espeluznantes, horteras y pueriles, pero acaso sí podría pedírsele cierta sujeción al significado de la Historia en general y de la suya en particular: Si acusa a Colón de ser el adelantado y el cabecilla de las muchas violencias, expolios y crueldades que esmaltaron la conquista de América por parte de las potencias europeas, que no se quede en la remoción de la burda efigie del genovés, y busque y retire cuantas aluden al exterminio que, en conquista complementaria, ejecutaron los anglosajones, que no dejaron títere con cabeza.
Puestos en ese falso plan indigenista, en Los Ángeles debería sentar fatal su propio nombre español, y no digamos en Columbia, puro apellido del que, en efecto, siendo gobernador de La Española, se condujo con innegable inhumanidad y vesanía. No parece, sin embargo, que los corregidores de Los Ángeles, ni los del distrito de Columbia quieran ir más lejos, y sí que con la retirada por “justicia restauradora” de la efigie del monstruo se den por complacidos. Ahora bien; sí cabría sugerir a esa gente que, si le han cogido gusto a la retirada de estatuas, si se han sentido bien y confortados, echen un vistazo a lo que, conquistas aparte, tienen allí.
Si lo hacen, encontrarán la estatua de un guerrero troyano, con su casco y su espada, que es para morirse del susto; otra de Bruce Lee, que es para mear y no echar gota, y, entre muchos otros adefesios en bronce o piedra, un busto del pobre James Dean que pone los pelos de punta. La justicia estética ha de acompañar siempre, si se quiere justicia, a cualquier otra, particularmente, por decoro, a esa que llaman “restauradora”, como si llamándola así se les pudiera devolver a los indios la libertad, la tierra y la vida, que en tantos sitios, allí donde quedan, se les sigue quitando.