¿Qué hacer con los guantes, el saco y el sparring...?

Atractivo Young Martín. Apodado Fred, Galiana, para evitar su nombre, Exuperancio. Folledo, el “filósofo”, que desde su cara anavajada decía que, en la vida, todo consiste en saber dónde está el hormiguero para meterla. Legrá, el cubanito de Baracoa, estilista a lo Clay, sonrisa danzante y asiduo de El Pardo, a fuerza de títulos bien ganados. Dum Dum Pacheco, el puño de la Legión. José Manuel Ibar, “Urtain”, el morrosko de triste final y pegada contundente, inapelable. Y Calvo, y Velázquez, y Pedro Carrasco, y tantos otros hasta llegar a Castillejo. Y cómo no, nuestro González Dopico, fino estilista que llegó alto, hecho a los consejos y la disciplina de Alejos, campeón que lo fue de España, creo, en algún peso ligero, y que en su gimnasio de la calle Carlos III, San Carlos vox populi, aleccionaba con esmero y perseverancia las buenas hechuras de Japonés, que así apodaban por entonces a González Dopico.
Hablamos, ya se sabe, ay, de lo prohibido, de lo proscrito, de lo prescrito como indeseable y fuera de tono por los exegetas de la corrección, esos inquisidores de baratillo ayunos, precisamente, de toda autoridad moral, tan pizpiretos ellos en su declinar el hombre, humus, hacia el abismo de lo insustancial, en su precipitarlo hacia su deconstrucción... 
Al cabo, el pensamiento débil de Vattimo, la sociedad líquida de Bauman, ese hallazgo semántico descriptivo y profundo, en sus consecuencias, desde su apariencia superficial. 
Porque nada se asimila ya a una épica contundente, ancestral, a esa pasión primitiva, atávica, de vencer, de sufrir, o sea, la virtud heroica del boxeo... 
Esa esgrima, ese fajarse, como la vida, a golpes, la metáfora audaz y biográfica de Truffaut, la biografía de todos, de tantos... Caricatura de sí mismo, camina hoy el hombre inerme y doméstico, desprovisto de nobles ideales, en el caso español lastrado el recto sentido de patria, por igual ausente la coerción razonable que suponen los valores éticos, y así también sin la salvaguarda crítica y saludable del hecho religioso y su sentido piadoso, salvífico.
Cuando, de nuevo, las veladas de boxeo, limpias y equitativas, nobles y esforzadas, tomen protagonismo de arrojo y competencia entre púgiles sanos y animosos... 
Cuando eso suceda y otra vez resulte atractiva la ceremonia del pesaje, la presentación de púgiles, la mesa de jueces, el cruce de guantes, el gong de la campana, será síntoma esperanzador de que la sociedad vuelve a ponerse de pie, dignamente.
 

¿Qué hacer con los guantes, el saco y el sparring...?

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