"Hallo cuatro causas por la que parece miserable la vejez: la primera, porque apartaría de administrar los negocios; la segunda, porque haría más débil el cuerpo; la tercera, porque privaría de casi todos los placeres; la cuarta, porque estaría no lejos de la muerte”, dice Marco Tulio Cicerón en el opúsculo De Senectute.
El político y filósofo romano utiliza el artificio del diálogo entre Catón el Viejo y los jóvenes Lelio y Escipión para refutar estas cuatro causas con argumentos poderosos que “dan vida a los años de la ancianidad”, y persuade a los lectores de que esta etapa biológica puede ser tan plena y rica como otras fases de la vida.
Sostiene Cicerón que “es deseable que el hombre deje de existir a su debido tiempo, pues la naturaleza tiene un límite para la vida” y esta máxima me llevó a pensar en los miles de conciudadanos mayores muertos en los hospitales, residencias o en sus domicilios víctimas del coronavirus que segó sus vidas “antes de tiempo”. El “sistema” los dejó morir lentamente, muchos ahogados porque no hubo respiradores para ellos que “con 80 años ya han vivido bastante”. ¿Cuántos se habrían salvado si se buscasen medios con más diligencia?
Integraban la generación que conoció todas las privaciones: sobrevivió a la posguerra, aguantó la dictadura, trajo la Transición, trabajó para que España alcanzara la mayor etapa de paz y prosperidad conocida hasta ahora y prestó un último servicio ayudando a hijos y nietos a superar la anterior crisis económica.
Tenían nombre, lugar de nacimiento, vínculos familiares y de amistad, pero se murieron en la soledad más absoluta, sin escuchar una última palabra cariñosa, sin una mirada dulce y sin que les acariciara una mano amiga en el último instante. Al día siguiente pasan a ser un frio dato estadístico en las morgues para desconsuelo de sus familiares que no saben dónde están y ni siquiera pueden recuperar sus cuerpos para llevarlos al cementerio, su última morada.
¡Son nuestros muertos!, los muertos que el Gobierno-los Gobiernos ocultan vergonzosamente, con tanta frialdad que sobrecoge el ánimo. Ni se ha declarado un día de duelo nacional, ni siquiera ondean las banderas a media asta en su memoria. ¿Dónde está la solidaridad intergeneracional?
“Algo se muere en el alma” viendo cómo se van tantos compatriotas abnegados y valientes que dejan una generación diezmada por la pandemia que también contagió el virus del olvido a esta sociedad desagradecida -y amordazada- que no despide dignamente a sus referentes.
Nos queda su hoja de servicios repleta de lucha y de privaciones, de entrega abnegada al trabajo, de pelea constante por los suyos, por su país, por todos… Descansen en paz.