Ningún pueblo cree en su Gobierno –escribió Octavio Paz–. A lo sumo los pueblos están resignados”. No creo que Pedro Sánchez lo comparta y, desde luego, nadie le puede negar el esfuerzo realizado para llegar a La Moncloa y para formar su primer Gobierno. Hace un año y hace apenas un mes nadie daba nada por su futuro y él solo se ha encargado de llevarnos la contraria. Su primer Gobierno, independientemente de otras consideraciones, es mejor de lo esperado. Hay algún peso pesado, muchas mujeres, escasas sorpresas, pero también pocos nombres que, a primera vista, produzcan rechazo. Hay una carga política importante, pero también personas que han demostrado capacidad de gestionar.
Es posible que luego nos sorprendan en cualquier sentido, pero, de momento, hay que dar un voto de confianza y de esperanza a este Gobierno de Sánchez que puede durar o tener que tirar la toalla en pocos meses. Sánchez cree en Sánchez y durante mucho tiempo ha sido casi el único que creía en sus posibilidades, así que demos tiempo al tiempo. Si les dejan pasar los cien primeros días, habrá ganado mucho. Y dure el tiempo que dure, estar en el poder le habrá servido para contar a los españoles su programa y si no puede realizarlo, echar la culpa a los otros. Con el PP noqueado y Ciudadanos desconcertado, Sánchez tiene una oportunidad de gobernar. El problema es ¿para qué?
Con los 84 diputados, que son los únicos fieles con voto asegurado, se puede ir a Cuenca, pero no más lejos. Cada paso que dé Sánchez necesitará no uno sino muchos pactos. Parece difícil que pueda contar con el centro derecha. Y los otros grupos que le han llevado al poder le van a exigir muchas cosas que no podrá cumplir. El otro poder –el económico y el europeo– van a mirar con lupa sus primeros gestos y sus primeros pasos. El primer problema que va a tener es el de aprobar unos Presupuestos porque si no lo hace, las elecciones serán en 2019 como muy tarde. Después, el más importante, sin duda, es Cataluña, un asunto que, como decía en Madrid el presidente de Sociedad Civil Catalana, José Rosiñol, no es un problema a corto plazo –“necesitamos, al menos, entre 10 y 15 años”, dijo–, pero que debe acabar democráticamente y sin faltar a ley.
Tiene razón Rosiñol cuando dice que los relatos pseudodemocráticos predominantes y excluyentes en Europa –Italia, Alemania, Bélgica, Francia, España...– basados en cuestiones de lengua, nación o privilegios, son un síntoma de la enfermedad europea: los populismos y los nacionalismos. Pues con esos “síntomas” tiene que lidiar Sánchez la gobernanza de España y la recuperación de la convivencia y la fractura democrática en Cataluña. No es nada fácil. “Gobernar es pactar; pactar no es ceder”, decía el psicólogo francés Gustave Le Bon. ¿Podrá Sánchez gobernar sin ceder a todos y todo el tiempo? Vamos a esperar su hoja de ruta y sus primeros gestos, que son, sin duda, la antesala de los hechos.