bajo el título de “Lendas engaiolantes”, la galería La Marina-José Lorenzo acoge una muestra del coruñés Ramón Manzano, cuyo gran dominio del oficio pictórico queda patente una vez más. En su quehacer hay dos líneas claramente diferenciadas: la obra de planteamiento realista, en la que destacan sus retratos y bodegones, y la obra protagonizada por personajes de su invención, que podría incluirse dentro de un surrealismo sui generis, atemporal y lleno de carga simbólica.
En el primer caso sentimos la palpitación de la vida, la delicada y perfecta entonación de unas temperaturas cromáticas llenas de lirismo, como ocurre con “Cabeza de mujer de perfil” o en “Interior con figura”, y un dibujo acariciante y de gran fidelidad al modelo, como es el caso de “Dignidad”, un retrato de una anciana antepasada, que muestra toda la entrañable prestancia de nuestras abuelas. Hay que destacar, en la línea del mejor clasicismo y con gran aproximación al tenebrismo barroco, sus bodegones “Retorno al pasado” y “Reflexiones”; en los que recoge un universo de emociones que revelan un carácter ensoñador, a través de objetos sobre los que ha pasado la pátina del tiempo: libros con encuadernaciones antiguas, plumas, viejas monedas, cartas, pergaminos... que traslucen una atmósfera de nostalgia, acentuada por las entonaciones oscuras, en las que juegan los complementarios terrosos y grisáceos, hasta componer una sinfonía de atmosféricos matices, son como páginas de antaño desgajadas del proustiano libro del tiempo perdido. La segunda dirección podemos leerla como una alegoría o parábola de la condición humana, protagonizada por personajes que visten ampulosamente, con ropajes anacrónicos, y tienen aire de arlequines o de infatuados guerreros; en algunos casos están sentados como meditando o buscando formas de diálogo con otros afines, pero, en los más, aparecen encerrados en arquitecturas ortogonales, cerradas y asfixiantes, como si estuviesen atrapados sin remedio; armados de largas lanzas, de espadas, o agarrados a cuerdas flojas, no queda muy claro si juegan o si realizan dramáticas contorsiones y desesperadas ceremonias, en ansia de realizarse o de encontrar una salida que los libere de las opresivas estancias.
Una escala preferente de colores fríos: grises azulados y violáceos acentúa el carácter hostil del espacio, que, combinado con los rectilíneos ángulos de las paredes y estructuras, crea un contraste con los ondulantes, vaporosos y coloridos ropajes de los personajes. Es evidente que ellos han sido enclaustrados en un mundo que no les pertenece, en una especie de cárcel.
Ramón Manzano pone aquí en juego toda su habilidad plástica y se hace dueño de un manierismo muy elaborado. Estas obras que tienen por título “Los trapecistas”, “Armisticio”, “Imprudencia”, “Imprevisto” o” El sueño del trapecista”, entre otros, nos sitúan frente a la idea de soledad, de la vida como lucha y enfrentamiento continuo a los límites impuestos por las estructuras sociales , pero también a las otredades que nos acechan y a nuestro propio alter ego.
Es posible hacer una lectura simbólica, en la que se hace notoria la antítesis entre racionalidad y pasión vital, entre realidad impositiva y ensoñación; también podemos deducir que, aunque queramos embellecernos con ropajes principescos, en el fondo, no somos más que payasos realizando nuestras solitarias ceremonias de reafirmación, seres en “Situación desesperada”, como rezaba un cuadro suyo de la muestra “Algo muy personal”, que hizo en 2011, en la galería Arte Imagen.