El veganismo ya no es una moda de aspirantes a influencer, raritos y modernos de boquilla. Ahora es “una creencia filosófica” y, como tal, debe ser protegida por la ley. Así que ahora podría darse el caso, por ejemplo, de que un cajero de supermercado se negase a cobrarle a un cliente que lleve unos filetes en el carrito amparándose en sus convicciones veganas. O unos padres podrían reclamar un cambio en el menú escolar de sus retoños para que solo coman lo que salga de la tierra. Se abre un universo de infinitas posibilidades que puede derivar en auténticos disparates.