La elección de Trump como 45 presidente de Estados Unidos ha dejado con un palmo de narices a todos los futurólogos, adivinos, analistas políticos, tertulianos, encuestadores y sibilas de vía ancha que se las prometían muy felices con el acierto pleno. La realidad, sin embargo, explosionó la bomba inesperada que superó el acontecimiento más grande que vieron los siglos después del nacimiento de Cristo; la conjunción astral entre Obama y Zapatero, señalada por una pronosticadora del tamaño de Leire Pajín; la decadencia de Occidente narrada por Osvaldo Spengler o, si elegimos nuestros lares, la “España invertebrada” firmada por Ortega y Gasset. Muchos rotos, pues, para un descosido. La estupidez humana no tiene límites y el hombre es el animal que tropieza dos veces en la misma piedra. Ahora aparecerán los Clint Eastwood y Bruce Willis que, pese a todas las diatribas vertidas hacia el político neoyorquino, recordarán los versos de Pemán “pero no es raro, Señor,/ que se nos mude el afecto, / según se muda el favor”.
Pero hoy, más que nunca, tengo que olvidar tales menudencias y utilizar lenguaje jurídico. Hablar de máximas que se dan como brújula para orientar el camino profesional. Los aforismos de Hipócrates a que nos remite María Moliner o nuestro diccionario de la RAE. “Sentencia breve y doctrinal que se propone como regla en alguna ciencia o arte”. Y tengo la suerte que en mi biblioteca figura la quinta edición del “Diccionario de reglas, aforismos y principios de Derecho” recogidos por Carlos López de Haro. Temas para cubrir desiertos, superar dificultades y encontrar oasis a la hora de emitir un dictamen, solucionar un arbitraje o defender con uñas y dientes el pleito confiado. Total unas alforjas con 2.668 innovaciones para argumentar.
¿No sería ideal, pensando en el nuevo Tío Sam, recordad que “lo que no es plena verdad, es falso, porque no se admite la verdad a medias?