Al ver el cariz que tomaban los acontecimientos en Cataluña, antes de la declaración unilateral de independencia, el “mediador, asesor, traductor”, Iñigo Urkullu, decidió escribir un diario narrando cada encuentro, tanto con Puigdemont como con Rajoy. No fuera a ser que, como suele ocurrir, el que templa acaba cargando con las culpas.
Como todo en política, la mediación del Lehendakari tenía especial interés para el PNV, ya que Bildu, viendo las aguas revueltas y la inacción del Gobierno de Madrid, había presentado en el Parlamento vasco una propuesta de apoyo a la independencia de Cataluña. La actual dirección de los nacionalistas vascos no estaban por la labor pero tampoco podían dejarles apuntarse el tanto.
Pues bien, el testigo de aquellos días convulsos, Urkullu, ha decidido hacer públicas sus notas para contrarrestar el relato de gloria de Puigdemont, enfrascado en crear unas nuevas siglas con los retazos de la desaparecida CIU pero sin renunciar a quitarle militancia a la CUP. Y resulta que la gran novedad es que, efectivamente, todos iban de farol.
Que tenía razón la ex consejera de Educación, Clara Ponsatí, ahora huida a Escocia, cuando, en un arranque de sinceridad, declaró que estaban jugando al póquer y que, al declarar la independencia, “iban de farol”. Luego fue convenientemente reconvenida y la versión del póquer paso al olvido.
Urkullu va más lejos e incluso cuenta como Puigdemont le pidió ayuda para no tener que hacer la maldita declaración que le costó la vergonzante huida de “su país” pocas horas después.
Y todo esto coincide con la vuelta a prisión de los lideres de entonces, los que no se escaparon, ante el recurso de la fiscalía por la concesión del régimen de semi libertad concedido el catorce de julio. Pueden presentar recurso pero, de momento, se acabo el dormir en casa. El argumento de la fiscalía habla de que se pretende “vaciar de contenido la sentencia del Tribunal Supremo”, al margen de recordar las reiteradas declaraciones de todos ellos reivindicando lo que hicieron.
La siguiente consecuencia lógica ha sido la ardorosa protesta de Quím Torra, quien ha supeditado la convocatoria de la mesa de diálogo a que “acaben las hostilidades”. El víctimismo le viene muy bien en estos momentos en que su gestión de la crisis del coronavirus está siendo más que cuestionada y que ha condenado a toda Cataluña a la ruina de un verano sin turismo ni nacional ni extranjero. ¿Dónde quedó su frase de que no hubiera habido tanto muertos en Cataluña de haber gestionado la Generalitat la pandemia?
Además de las consabidas frases de acusar al Estado de “nos tienen miedo y saben que solo nos pueden ganar si prohíben las urnas”, lo que no cuenta es su falta de interés en la citada mesa de diálogo, que ya suspendió en julio porque estaba muy atareado con controlar los brotes de contagio. Puigdemont le ha debido decir que ahora no toca y así estamos. Que bien vienen los testigos de cargo cuando la política se convierte en palabrería.