La cuestión no es tanto que el Estado se haya visto forzado a ocuparse de la administración de la parte de él, Cataluña, que tenía delegada en el Govern de la Generalitat, como quién demonios se ha ocupado de ella mientras ha durado el régimen gamberro que no parece haberse dedicado a otra cosa que a jugar a la sedición. O dicho de otro modo: ¿qué atención ha podido recibir la población de Cataluña de sus gestores, hoy por fortuna salientes, cuando éstos se han dedicado en exclusiva a urdir sus infantiles planes de desafección?
A Rajoy le gustaban los catalanes porque “hacían cosas”, pero en los últimos años han estado regidos, vampirizados más bien, por una cuadrilla que ha hecho una sola: fabricar un golpe de Estado desde el interior del propio Estado, bien que con la teatral apariencia del que cumple con un mandato divino. ¿Y las demás “cosas”, cuantas contribuyen al mantenimiento y mejora de los servicios, y al bienestar de las personas? ¿Quién se ha ocupado como dios manda de ellas, si los encargados de hacerlo andaban engolfados en sus tramas? Cataluña, gobernada por la facción trabucaire, ha estado técnicamente abandonada.
La llegada masiva de turistas, de su dinero, ha impedido por el momento evaluar el empobrecimiento en todos los órdenes de la sociedad catalana. A lo último, la fuga de empresas, hasta cien al día, y las brutales pérdidas en Bolsa de las cotizadas catalanas, señalaron un agujero, pero el boquete mayor, ya bien visible y mensurable, es el que se ha producido por la banalización de todo que han impuesto en Cataluña los aventureros de la secesión: la trivialización de los conceptos sagrados (democracia, derecho, libertad...), del amor a la tierra y de la verdad. Nunca se vio una gente más vana ni más mentirosa.
Los capitanes Araña del extinto Govern han dejado colgados a sus seguidores, a los que, por otra parte, les ha durado el fervor lo que, en puridad, duran los fervores si nadie los atiza con el agit-prop bien engrasado con fondos públicos. Veremos qué pasa en el erial que dejan, sembrado de una frustración también banal.