Ciudadanos pudo haber sido la estrella de la temporada si hubiera formado mayoría de gobierno con el PSOE después de las elecciones de abril de 2019, pero Albert Rivera no estuvo por la labor de convencer a Pedro Sánchez ni la de este por la de dejarse convencer. Después de las elecciones de noviembre del mismo año, las últimas, ya con Arrimadas al frente del partido y en condiciones mucho más adversas, tuvo en la elaboración de los PGE21 una segunda oportunidad de saltar al estrellato, pero fracasó su intento de expulsar a los nacionalismos de la ecuación de gobernabilidad formada para sacar adelante las cuentas públicas.
Aunque ahora Ciudadanos parece condenado a la irrelevancia, no conviene hacer deducciones apresuradas. A su favor juega una muy extendida corriente de opinión con sed de centralidad, aun contando el portazo presupuestario de Sánchez y el muy previsible descalabro del partido en las próximas elecciones catalanas. Eso puede pueden alimentar la sensación de que la estrella de Ciudadanos se está apagando. Y no faltarán tribunos políticos y mediáticos dispuestos a pregonar el correspondiente obituario. Pero no creo en la extinción de Ciudadanos. Entonces estaríamos ante un serio problema de salud en un sistema dotado de resortes defensivos frente al virus de la inestabilidad. El bisagrismo es uno de ellos.
En una geopolítica marcada por la polarización y el enfrentamiento entre dos bloques es justo y necesario que un partido de vocación liberal e inequívoca profesión de fe constitucional, con similar capacidad de entenderse a derecha e izquierda, esté disponible para garantizar la gobernabilidad del país y la estabilización del sistema.
Si hubiera respuesta del poder a la demanda ciudadana de centralidad, el bisagrismo de Ciudadanos podría convertirse en un elemento estabilizador de la España hoy por hoy descentrada. Me refiero a la ambivalencia política del partido de Arrimadas. Ella misma suele decirlo con las siguientes palabras: “Me considero de centro-izquierda pero camino con naturalidad junto a gente de centro-derecha”.
Ese espacio intermedio, calificado en su día por Albert Rivera como “la tercera España”, es el hábitat natural de los tres o cuatro millones de votantes, tirando por lo bajo, que se sienten huérfanos políticos en la España de “unos contra otros”, según la feliz expresión utilizada por el rey Felipe VI en uno de sus discursos. Y no es bueno que esté abocados a elegir entre los “unos” y los “otros” por falta de una opción tan distante del gobierno “social-comunista” como de los adversarios del “régimen del 78”.