Hasta el culo (dos)

estoy tan hasta el culo de una vida rutinaria, que cualquier nimiedad me entretiene. Sentado en un banco de una céntrica calle observé a los viandantes. En corto espacio de tiempo llamó mi atención una pareja mayor. Ella con vestido veraniego, y él con camisa blanca y pantalón tostado; delgado y erecto, andaba con casi imperceptible cojera –quizá algo de espalda, aventuré–. Luego un hombre bajo y fornido, farfullando en voz alta cosas ininteligibles. Evidente: estaba en su mundo. Una pareja joven y desigual. Ella de estatura normal y agraciada. El, de casi dos metros, silbaba una especie de marcha a todo pulmón. Al poco, una mujer baja y tez aceitunada, empujando un carrito con un niño, lucía blusa blanca y un espectacular pantalón de tul negro sobre escueta y bien visible tanga negra. ¡Acojonante!, pensé, tengo que comprarme uno igual. Quizá, si me lo pusiera, habría quienes, sorprendidos, dirían: ¡Coño, Patiño, ha cambiado de bando! Mala suerte nenos, sólo me lo pondré en privado. 
 

Hasta el culo (dos)

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