DERECHO REPRODUCTIVO

Soy un ser extraordinario. Merezco el mayor de los respetos y la más alta consideración. Me corresponden las mismas oportunidades que a los hombres y se deben reconocer mis derechos. Pero no puedo decidir si quiero ser madre.

Papá Estado se niega a admitir que su pequeña es capaz de valerse por sí misma en lo que a su cuerpo se refiere. Puedo dirigir una empresa, o un país, pero tener un bebé es una cuestión en la que otros deben tomar la decisión por mí. El ministro de Justicia, al que tengo por hombre cuidadoso con las palabras, habla de proteger mi derecho reproductivo. Un derecho, quizá se haya olvidado, que tengo por haber nacido mujer y que me pertenece en exclusiva.

Habla el ministro de ampararme ante una supuesta violencia de género estructural que me obligaría a abortar. Sospecho que confunde opción con obligación. La posibilidad de interrumpir el embarazo me da libertad para elegir, no me empuja a hacer nada que no quiera. Libre albedrío, se llama.

Esa presunta imposición social a la que alude suena como una historia de novela, las hijas descarriadas sometidas a operaciones clandestinas para salvar el honor de la familia. Puede que hace unas décadas, ya no. Su reforma tampoco suena mejor: mujeres de toda edad y condición forzadas a ser madres ante la ausencia de mecanismos (legales) para evitarlo. O progenitoras involuntarias o infractoras. Bonita protección de mis derechos reproductivos.

Los debates de conciencia no son competencia del Gobierno, entran en el terreno de lo privado. Lo mismo que la elección  de tener un hijo

 

Me temo que el señor Gallardón mezcla ciencia con moral. Comprendo que sus creencias religiosas le hacen condenar el aborto, pero en un país aconfesional como el nuestro las leyes deberían estar por encima de las consideraciones de fe. Los debates de conciencia no son competencia del Gobierno, entran en el terreno de lo privado. Lo mismo que la elección de tener un hijo.

Me recuerdan a casi diario desde el púlpito político que como mujer soy una persona valiosa y capaz. También soy adulta y responsable, añado de mi cosecha. Y como tal, me siento perfectamente cualificada para adoptar decisiones sobre mi cuerpo y mi vida. Precisamente, es una muestra de esa responsabilidad que sea yo quien sopese si quiero ser madre, dado que también seré yo la que tenga con mi hijo un compromiso para siempre. De permitir a alguien opinar al respecto, no sería, desde luego, al Ejecutivo. El único desvelo que pretendo del Gobierno en lo que a mi maternidad se refiere es la apuesta real por la conciliación laboral y la ampliación de las ayudas sociales. Dar a luz, le guste al ministro o no, es asunto mío.

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