Al finalizar la Guerra Fría nace el concepto de “Globalización” que se basa en la sana idea de eliminar barreras y dificultades político-económicas entre los países para favorecer la libre circulación de personas y capitales.
Hablar de bondades o inconvenientes del modelo Globalización, lo tendrá que hacer la historia; los protagonistas solo podemos criticar el camino, pero no el final.
La globalización, en su planteamiento espiritual, es una buena idea; pero lo cierto es que hasta ahora solo se han beneficiado de ello las grandes compañías y los estados más fuertes.
Lo cierto es que la emigración clandestina es más intensa, los nuevos esclavistas ganan más dinero y lo peor es que lejos de atajarse tal vergüenza, lejos de conseguir una vida mejor en las regiones más pobres, las guerras se hacen endémicas y los refugiados, por cotidianos, ya no son noticia.
Está sucediendo que volvemos a las luchas tribales, resurgiendo políticas excluyentes y supremacistas, conculcando bajo tal ideario los más elementales derechos del ser humano que es el dueño del planeta tierra.
No aprendemos, hay quien es demasiado egoísta y abusa. Y de este resurgir de la intransigencia, la Jerarquía de la Iglesia no se salva y no está a la altura de su único fin. Se olvida de su razón de ser y repite errores seculares.
Es una vergüenza el ejemplo de los jerarcas en sus luchas por el poder y su cobardía por no afrontar las cosas; como nuestros políticos. Tal para cual.
Sus juegos políticos y las maneras poco cristianas de cardenales contra cardenales, que rayan en el insulto entre los envalentonados autodenominados seguidores del Papa y los contrarios que ven en los otros a sus enemigos, solo siembran confusión donde deberían aportar luz.
Son vergonzosas sus luchas usando la Amoris Laetita y la Magnum Principium (la primera sobre el amor y la familia y la segunda sobre la libertad a los obispos para las traducciones litúrgicas) como armas que solo son escusas para ocultar la carrera sucesoria a Francisco. Lo demás no importa; incluido el ejemplo cristiano, o de cisma. Como nuestros políticos.