La diferencia entre un exiliado y un prófugo de la Justicia es la misma que existe entre un cirujano del aparato digestivo y Jack El Destripador.
El pensamiento nos sirve para elaborar ideas, y las palabras son el instrumento que utilizamos para expresar esas ideas. Por eso mismo, existen las reglas semánticas, con objeto de que una palabra signifique siempre lo mismo en el idioma en que se hable o se escriba.
Si yo escribo o digo que Pablo Iglesias es un tergiversador, quiero decir que tergiversa o da una interpretación errónea a palabras y acontecimientos. Y es un tergiversador cuando habla de los exiliados secesionistas, porque son huidos y prófugos de la Justicia, por haber intentado cometer un golpe de Estado, no personas perseguidas por sus ideas.
Ese error a sabiendas y malicioso es una tergiversación que ensucia la memoria de cientos de miles de españoles, precisamente de izquierdas, que sí que se tuvieron que exiliar por sus ideas, que pasaron por campos de concentración, que vieron su familia dividida y su vida destrozada, y que, después de quienes murieron en la guerra civil, representan las víctimas más numerosas de la contienda.
En la mayoría de las familias españolas y, desde luego en la mía, tenemos a alguno de esos exiliados, que pasaron por Francia, por Suiza, que llegaron hasta Londres o Rusia, o a esos niños que se llevaron para evitarles el peligro de las batallas, a la vez que les arrebataban a sus padres.
Comparar a cualquiera de esos españoles con un cobarde que dejó en la estacada a sus compañeros y vive, desde el primer día, con un confort que ni siquiera al cabo de decenas de años pudieron conseguir los exiliados, es escupir sobre el dolor de unos españoles que merecen un respeto.
Y que esa absoluta falta de respeto venga, precisamente, de alguien que se declara de izquierdas, significa que su tergiversación es también una traición a quienes él proclama que son los suyos.