No hacía falta ser adivino, era algo que se veía venir. Nos referimos a las nuevas elecciones. Aunque las encuestas vaticinan que no habrá grandes cambios, al menos sustanciales, no olvidemos que el factor sorpresa siempre existe.
En todo caso, el pacto por la izquierda era imposible, hubiera sido una quimera. Sería como mezclar agua con aceite. Aunque todavía haya gente que se resista a creerlo, el PSOE de hoy no es un partido de izquierdas. Es una organización política domada por los poderes financieros. Lo de “obrero” y “socialista” es historia pasada. No encajan. Aunque sus candidatos se esfuercen por activa y por pasiva en asegurarnos que pertenecen a un partido de izquierdas, los hechos demuestran otra cosa. Obviamente, en su seno hay militantes de izquierda, decir lo contrario sería faltar a la verdad. Pero también no es menos cierto que el aparato del partido responde a intereses que tienen poco que ver con la clase social que dicen representar. La vieja guardia felipista, formada por un grupo de personas que no son precisamente de izquierdas, sino que defienden abiertamente al capital especulativo, sigue teniendo una gran influencia en el partido. Hoy los socialistas están comprometidos con los banqueros, con la Troika, con el TTIP, incluso con las intervenciones militares de tipo neocolonial, que ya es mucho decir. Zapatero, que fue el presidente más de izquierdas que tuvo ese partido desde que se instauró la democracia, colaboró activamente con la intervención de la OTAN en Libia. Ni siquiera tuvo una actitud distante. Es obvio que un partido que apoya ese tipo de políticas no puede ser de izquierdas. Imposible. Por lo tanto, el pacto con Podemos no era viable. Si el partido de Iglesias es coherente con su discurso, aunque últimamente presenta dudas, el acuerdo con los socialistas hubiera sido anti-natural.
Hoy decir PSOE no significa socialdemocracia. Por una seria de razones, que serían largas de explicar, el partido dejó de representar esa opción política. Ahora el espacio socialdemócrata lo intenta arañar Podemos, ¿lo logrará? Es difícil saberlo. En caso de conseguirlo certificaría la defunción de los socialistas. En el sur de Europa tenemos dos ejemplos, el italiano y el griego. El primero desapareció por completo. Y el segundo fue volatilizado por Syriza.
Es obvio que si las próximas elecciones arrojan unos resultados parecidos, entonces los partidos –todos ellos– tendrán que abandonar las “escenificaciones” y quitarse las caretas. Llegados de nuevo a ese punto, lo más probable es que se preparare un “frente” por la derecha, es decir, un gran pacto para neutralizar a Podemos. Es más, Bruselas y Berlín lo exigirán. Los poderes fácticos continentales no se arriesgarán a que un partido –en principio contrario a sus intereses– ponga en entredicho la actual construcción europea. Hay que tener en cuenta que no estamos en una Europa integradora, sino todo lo contrario. El actual proyecto tiene un formato disgregador, sólo trata de integrar los intereses que convienen a los poderosos.
En todo caso, el panorama social español no está para tirar cohetes. Los problemas siguen creciendo, la tasa real de desempleo mejora poco, millones de familias siguen en la pobreza, decenas de miles de jóvenes con instrucción universitaria tienen que emigrar, por lo tanto, el futuro se presenta sombrío. Pero aun así, con un panorama social tan gris, la izquierda emergente puede perder apoyos. En primer lugar, una buena parte de su electorado no tiene una ideología definida, simplemente creció al calor de una protesta, de una rebeldía justa, pero que puede convertirse en puntual o temporal. Y en segundo lugar, hay algunas personas en sus filas con demasiadas ansias de protagonismo, lo cual puede resultar letal para el partido.
El país se enfrenta a muchos problemas, algunos graves. Pero el más sangrante de todos es la corrupción. Lo peor es que la deshonestidad –y eso sí es preocupante– está incrustada en la sociedad. No olvidemos que los partidos se componen de personas, por lo tanto, son un reflejo general. Difícil solución.