las informaciones que refieren el estado de salud de la vicepresidenta Carmen Calvo indican que ingresó el domingo en un hospital privado de Madrid aquejada de una infección respiratoria. Le han practicado las pruebas pertinentes para determinar si está o no infectada por el coronavirus y el resultado oficial es que ha dado “un negativo que se considera no concluyente”. Que no es concluyente parece querer indicar que teniendo todos los síntomas de la infección y padeciendo algunas de las secuelas típicas, su probable contagio no es oficial. No es oficial el contagio pero informaciones paralelas indican que han sido desinfectadas en La Moncloa las dependencias en las que trabajaba junto a sus colaboradores.
¿Por qué le estado de salud de la vicepresidenta primera del Gobierno se ha convertido en tema de conversación, sujeto de tertulia en los medios audiovisuales y objeto de análisis en los periódicos? Otras dos ministras dieron positivo y salvo en el caso de Irene Montero, titular de Igualdad, cuyo contagio fue atribuido a su presencia en la multitudinaria marcha feminista del 8 M de la que había sido una de sus más entusiastas promotoras, la cosa no dio mucho más de sí. ¿Por qué en este caso el asunto salta a la crónica política? La respuesta es doble. Por una parte porque afecta a la credibilidad del Gobierno y la opacidad que rodea el estado clínico de la señora Calvo se compadece mal con la transparencia a la que Pedro Sánchez se comprometió cuando se hizo con la Presidencia del Gobierno tras la moción de censura que tumbó a Mariano Rajoy .
El otro aspecto de la cuestión es que sí, como podría suceder, la señora Calvo se viera obligada a permanecer por algún tiempo en el hospital causaría baja temporal en el Consejo de Ministros y, en ése caso, salvo decisión en contrario de Pedro Sánchez, sería Pablo Iglesias en su condición de vicepresidente segundo del Gobierno quien la remplazaría al frente un instancia política clave: la Comisión de Secretarios de Estado y Subsecretarios, el escalón que está por debajo del Consejo de Ministros en la pirámide del poder monclovita. El sanedrín en el que se decide la prelación y el ritmo de los asuntos que después ocupan al Gobierno. Hay ocasiones en las que la realidad parece que se complace en la ironía. Antes de pactar con Podemos, Pedro Sánchez decía que la sola idea de tener a Pablo Iglesias en el Gobierno le quitaba el sueño. Ahora, aquél insomnio podría transformarse en pesadilla.